Si el mundo es mi hermano tengo que dialogar con él.
Si las cosas son mis hermanas, no puedo vivir lejos de ellas.
Si todo lo que compone el universo debe ser mi amigo
y yo amigo de todas las cosas,
tengo que entablar una conversación,
tengo que crear un clima de confianza, de amigo a amigo.
El universo es una casa y todo lo que está en él es de la misma familia.
Nadie puede vivir aislado, construyéndose un mundo aparte,
sin entablar una comunicación amiga.
Solamente así se establece la comunión.
Necesito conversar con las flores.
Hablarles de su belleza, de su misterioso colorido,
de su misión de embellecer la tierra, de su tarea
de ser posada para los insectos y picaflores.
Necesito conversar con el sol
que me calienta y que ilumina la tierra.
Él es grande, maravilloso y fuerte. Es la luz de mis ojos.
Él merece nuestro agradecimiento. Sin él, la tierra
sería tinieblas y nuestros ojos no tendrían el color de la vida.
Necesito conversar con el agua
que me lava y que mata mi sed, que surge de las montañas
y de los valles y que corre hacia el mar.
Ella es la vida de la tierra.
Necesito conversar con la lluvia que cae,
con el viento que me acaricia y que descuaja los árboles
con su violencia, con el frío y con el calor,
con las nubes y con el rayo, con la tierra que piso
y que me da los alimentos.
Necesito conversar con los insectos, con los pájaros,
con los animales domésticos y con los salvajes.
En el ejercicio de este diálogo haré que las cosas sean mis amigas.
Todo será un camino para una comunión total;
porque cuando el corazón humana canta,
todo en derredor canta de alegría y el mundo
se convierte en una fiesta.
Una fiesta en el corazón del hombre y el corazón del mundo.