Beato Federico de Ratisbona.

Agustinos


Beato Federico de Ratisbona

El beato Federico nació en Ratisbona (Alemania) el 29 de noviembre de 1329 y entró en el convento de agustinos como hermano no clérigo. Ocupó los días y las horas de su vida en el heroísmo de lo cotidiano que es hacer bien las tareas más sencillas e imprescindibles del convento: trabajar como carpintero y proveer la casa de leña para el uso cotidiano. Todo ello unido a una profunda religiosidad, una humildad callada y una ardiente devoción a la Eucaristía.

Pasó tan desapercibido por el corredor de la historia que nadie se ocupó de escribir la crónica de su vida. No venció a nadie con las palabras, convenció a todos con su vida y los biógrafos subrayan su obediencia, su delicadeza con los demás, su ca­ridad con los pobres y su amor ferviente a la Eucaristía.

Fue uno de esos santos que nos acompañan y alientan. Como escribe el papa Francisco en la Exhortación apostólica Gaudete et exultate, 8 (Alegraos y regocijaos) “Dejémonos estimular por los signos de santidad que el Señor nos presenta a través de los más humildes miembros de ese pueblo que «participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad» (Lumen gentium, 12). Pensemos, como nos sugiere santa Teresa Benedicta de la Cruz, que a través de muchos de ellos se construye la verdadera historia: «En la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado»”.

El P. Clemente Full, Prior General de la Orden de San Agustín de 1931 a 1935 – que falleció en La Paz cuando visitaba a los misioneros holandeses en Bolivia –, escribió que “El beato Fede­rico sirvió a la comunidad en los diversos oficios encomendados, ante­poniendo siempre el bien común al propio, que es el carácter distintivo de la caridad cristiana, según nos enseña san Pablo y nos recuerda san Agustín en la Regla”.

Murió el 29 de noviembre de 1329. Pío X lo proclamó beato el 12 de mayo de 1909. Sus restos se veneran en la parroquia de santa Cecilia, en Ratisbona.