23 de octubre
SAN GUILLERMO, EREMITA, Y BEATO JUAN BUENO, RELIGIOSO
Guillermo de Malavalle era francés de noble cuna. Al regresar de una visita a Tierra Santa decidió retirarse a la Toscana (Italia). Escogió la soledad de Malavalle donde ocupó su vida en la oración, la mortificación y el silencio hasta 1157, fecha de su muerte. La devoción a este santo ermitaño dio origen a la Orden de San Guillermo. En 1256 fueron invitados, por iniciativa del papa, a formar parte de la Orden de San Agustín.
Por obra de su fámulo Alberto, aparecieron dos obras atribuidas a la pluma de Guillermo: Las Costumbres y la Regla de San Guillermo. Su sepulcro atrajo a muchos devotos que, tras la aprobación de los papas Alejandro III e Inocencio III, comenzaron a venerarle como protector. La devoción a este santo ermitaño originó distintas fundaciones que pasaron a llamarse Orden de San Guillermo. Cuando años más tarde – en 1256 –, fueron invitados, por iniciativa del papa a formar parte de la Orden de San Agustín, ya estaban bastante extendidos y no todos aceptaron la unión.
Juan Bueno nació en Mantua (Italia) hacia el año 1168 y murió en 1249. Al quedar pronto huérfano de padre, comenzó a vagar como arlequín por varias regiones de Italia. Después de sufrir una grave enfermedad sintió la llamada de Dios y se instaló como ermitaño a pocos kilómetros de Cesena. Pronto se le unió un grupo de discípulos y así nació la Orden de los Hermanos de Juan Bueno o Juanbonitas, que se unieron a la Orden de San Agustín en 1256.
Su fisonomía espiritual era la de un hombre de cultura básica, humilde y caritativo, que exhortaba a sus oyentes al respeto y obediencia a los sacerdotes, los obispos y el papa.
Toda su teología consistía en participar en la Eucaristía y rezar con fervor algunas oraciones y salmos que repetía de memoria. Enriqueció este mínimo caudal doctrinal con el ejercicio de la virtud y una profunda espiritualidad. Se conservan sus restos en la catedral de Mantua.
Tanto la Congregación de Guillermo de Malavalle como la de Juan Bueno y otras, fueron integradas en la Orden de frailes ermitaños de San Agustín el 9 de abril de 1256 por una bula de Alejandro IV. Con esta unión se trataba de reforzar la vida común, la pobreza evangélica y la actividad apostólica en la vida religiosa de entonces