La vanidad
“¿Qué hay más locuaz que la vanidad? Mas no por eso puede lo que la verdad, aunque, si quiere, también puede gritar más que la verdad… Ponga freno a sus frivolidades y escoja antes ser corregida por los prudentes que alabada por los imprudentes”. (La Ciudad de Dios. V, 2)
Igual que se desliza la serpiente
siguiendo el ondulante movimiento
de su escama, en vaivén y atrevimiento
resbala lúbrica la sucia mente
del hombre que, pequeño y negligente,
sagaz busca evadir el sentimiento.
Queriendo -en vez de Dios- ser él el centro,
la ambición le convierte en imprudente.
Desechada la estola de inocencia,
el mortal viste zamarra de pieles
olvidando la esencia de su honor:
la imagen de Dios en su inteligencia,
servirle a Él sin envidia ni hieles,
ser criatura fiel a su Creador.
Nazario Lucas Alonso