¡Hola, qué tal, cómo estás!
Este fin de semana pasado se ha leído en las eucaristías de todo el mundo, el texto del evangelista Lucas donde se consigna el Sermón de la Montaña pronunciado por Jesús.
Es un mensaje muy importante que Jesús dice en una llanura. Este es un lugar adonde puede llegar todo tipo de personas, de cualquier edad y provenientes de distintas zonas y hasta de otros países.
Jesús nos señala en su discurso, cómo se comporta Dios, qué es lo que piensa sobre las diferencias que se dan, en la vida diaria, entre unos hombres y otros.
Los pobres, los que lloran, los hambrientos, son para Dios bienaventurados cuando confían y esperan en Él, pues Él no puede defraudarles, ni abandonarles. Resulta que Dios, como cualquier madre o padre está más cerca y pendiente de su hijo más débil e indefenso.
En cambio, los que están saciados de todo, los que solo piensan en sí mismos y no tienen en cuenta las necesidades de los demás, no son bienaventurados. Piensan que no necesitan a Dios porque son autosuficientes, orgullosos.
San Agustín nos invita a acercarnos a los humildes, a ser sus amigos, con la mirada y el amor que tuvo Jesús:
“Tú nunca has despreciado el hecho de ser amigo de los humildes y de devolver el amor que te demostraban ¿A qué más sirve la amistad? Ella toma su nombre sólo del amor; es fiel sólo en Cristo y en él solamente puede ser eterna y feliz”
(Contra dos cartas pelagianas 1,1)
Oración
¡Señor, cura y abre mis ojos para que yo pueda reconocer tu voluntad. Muéstrame el camino que debo recorrer para que yo pueda verte!
(Soliloquios 1,1)