Servidores de la esperanza
El 2 de febrero, en varias iglesias cristianas se celebraba la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo y la purificación de la Virgen María, conocida popularmente como fiesta de la Candelaria. Esta fiesta hace referencia al pasaje evangélico en el que cual José y María se acercan al templo en Jerusalén con el niño Jesús (Lc 2, 22-40) para cumplir con dos mandatos de la ley de Moisés: purificar a la madre después del parto (Lv 12,2-8) y rescatar al primogénito por medio de una ofrenda sacrificial (Ex 13,2.12-13; Nm 18,16). Esta práctica era el reconocimiento de que todo primogénito debía ser ofrecido al Señor, es decir, sacrificado (hecho sagrado) o consagrado al Señor. Es en este contexto es que el papa Juan Pablo II instituye en 1997, el “día de la vida consagrada” haciéndolo coincidir con esta fiesta de la Presentación del Señor y de la purificación de la Virgen María.
Todos los bautizados nos consagramos al unimos a Cristo por medio de este sacramento, es decir, nos hacemos sagrados por participar de la vida de Dios en su familia al hacernos hijos en el Hijo. Mientras caminamos por esta vida debemos y podemos profundizar esa filiación por medio de otras consagraciones especiales y específicas pues Dios da a cada uno de sus hijos dones diferentes y con cada uno quiere hacer una historia especial de amor. Algunos “especialmente consagrados” se hacen ofrenda y dedicación más directa al servicio de Dios y de su Iglesia imitando más de cerca a Jesucristo casto, pobre y obediente. Son llamados a ser luz en la oscuridad, para llevar la esperanza y el amor de Cristo a todo el mundo a través de su testimonio y servicio.
San Agustín también reconoce con la denominación de siervos de Dios, vírgenes, o monjes la especial dedicación al servicio de Dios. Actualmente, para diferenciar ésta especial dedicación a Dios de la que todos los cristianos hemos recibido en el bautismo, la denominamos vida consagrada o de especial consagración al seguimiento de Jesucristo casto, pobre y obediente al servicio de Dios y de su Iglesia según un carisma determinado. Por tanto, hoy como en tiempo de San Agustín los consagrados tenemos la misión de invitar al amor de Dios con nosotros siendo servidores de la Esperanza para no dejarnos vencer por los placeres, riquezas y honores. A esto animaba la predicación agustiniana cuando invitaba a su pueblo a poner la esperanza en Jesucristo: “¿Qué diré a Vuestra Caridad? ¡Oh, si el corazón estuviese suspirando de algún modo por aquella inefable gloria! ¡Oh, si sintiéramos entre gemidos nuestro destierro y no amáramos el mundo y perpetuamente aldabeáramos con sentimiento piadoso a la puerta del que nos ha llamado! El deseo es el seno del corazón; cogeremos, si ensanchamos el deseo cuanto podamos. Esto hace con nosotros la Divina Escritura, esto la congregación de las muchedumbres, esto la celebración de los sacramentos, esto el santo bautismo, esto los cánticos de loa a Dios, esto la misma explicación mía: que este deseo no sólo sea sembrado y germine, sino también que se aumente hasta la medida de tanta capacidad, que sea idóneo para tomar lo que ojo no vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió. Pero amad conmigo. No ama mucho el dinero quien ama a Dios. También yo he halagado la debilidad, no he osado decir «No ama el dinero», sino «No ama mucho el dinero», como si hubiera que amarlo, pero no mucho. ¡Oh, si amamos a Dios dignamente, no amaremos en absoluto los dineros! El dinero te será bagaje para el exilio, no incentivo de la codicia; has de usarlo según la necesidad, no disfrutarlo para deleite. Ama a Dios, si lo que oyes y alabas ha obrado en ti algo. Usa el mundo, no te cace el mundo. Porque has entrado, estás de viaje; has venido para salir, no para quedarte; estás de viaje, posada es esta vida. Usa el dinero como el viandante usa en la posada la mesa, el vaso, el jarro, un camastro: para dejarlos, no para quedarse. Si fuereis así, erguid el corazón quienes podéis y escuchadme; si sois así, llegaréis a sus promesas, pues esto no es mucho para vosotros, porque es generosa la mano de ese que os ha llamado. Nos ha llamado, sea invocado; dígasele: «Nos has llamado, te invocamos; he ahí que te hemos oído llamar, óyenos invocar; condúcenos adonde has prometido, acaba lo que has comenzado; no abandones tus dádivas, no abandones tu campo; tus frutos entren al granero». Abundan en el mundo las tentaciones, pero mayor es quien ha hecho el mundo; abundan las tentaciones, pero no falla quien pone la esperanza en aquel en quien no hay ningún fallo.” (Comentario al evangelio de san Juan 40,10).
Que los consagrados seamos servidores de la esperanza de llegar a la plenitud vocacional de ser hijos de Dios a pesar de las dificultades de este mundo.
P. Pedro Luis Morais Antón. Agustino.