DEJA, MADRE
Deja que caiga, madre, tu sonrisa
en mis manos cansadas;
deja que en ella lave
mi cara cada día
y disuelva
la agria careta del hastío.
Deja, madre, que me mire
en el azul profundo de tus ojos.
Allí encontraré el brillo de la estrella polar;
allí, un camino recto y tenso
cual cuerda de ballesta.
Déjame sumergir en el recuerdo vivo,
navegar por tu alegría,
acunarme en tus brazos jubilosos.
Déjame, madre, tu sonrisa.
¡Que no se me perderá, madre, que no!
Luis Hernández