La oración de alabanza
La oración de alabanza en Agustín no está enfrentada con la oración de petición, como si la alabanza fuese algo propio de los bienaventurados y, por tanto, solo para una élite de personas. Es cierto que Agustín, a veces, da la impresión que las contrapone, por ejemplo, cuando dice: “Cantaré y tocaré para el Señor: estaremos seguros, cantaremos seguros y pulsaremos seguros el salterio cuando contemplemos la dulzura del Señor y seremos protegidos en cuanto templo suyo en aquella incorrupción cuando la muerte quede absorbida en la victoria. ¿Y ahora qué? Hemos hablado ya de los goces que experimentaremos cuando sea escuchada aquella nuestra única petición. ¿Y ahora qué? Escucha mi voz, Señor. Gimamos ahora, oremos ahora. El gemido es propio solo de infelices, la oración propia solo de necesitados. La oración pasará y acto seguido vendrá la alabanza; pasará el llanto y llegará el gozo. Entre tanto, ahora, cuando estamos en los días de nuestras desdichas, no cese nuestra oración a Dios; pidámosle esa única cosa. No nos cansemos de pedírsela hasta que lleguemos a conseguirla, teniéndole a él como donante y guía” (Comentario al salmo 26, 2, 14).
Es verdad que en el ahora no gozamos plenamente, sino en esperanza, pero también en la esperanza hay alegría y satisfacción, no estará la plenitud de la alabanza, pero no esteres sin gozo: “Parece hallarse muy triste cuando dice: Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor; no tiene lo que desea; pero ¿estará, tal vez, sin alegría? ¿Qué alegría? Aquella que dice el Apóstol: Alegres en la esperanza. Allí se gozará ya en la realidad; ahora todavía en esperanza. Por eso, los que se alegran en esperanza, porque están seguros de que lo han de recibir, toleran en el lagar todas las presiones. Por eso el mismo Apóstol, después de haber dicho: Alegres en la esperanza, como si se dirigiera a los que ya están en el lagar, añade enseguida: Pacientes en la tribulación. Pacientes, dice, en la tribulación; ¿y qué más? Perseverantes en la oración. ¿Por qué perseverantes? Porque sufriréis demoras. Oráis, y tardará en llegar (lo que pedís); tolerad el retraso: sea tolerado lo que se demora, porque cuando llegue, no se os arrebatará” (Comentario al salmo 83, 6).
Verdaderamente en la Patria solo sabremos alabar, pero como ahora no nos ejercitemos y entrenemos, no lograremos hacerlo después, por lo que tenemos que decir, que también ahora es el momento de la alabanza: “Se comienza, pues, por la fe, para llegar a la visión: se corre por el camino en busca de la patria. En esta peregrinación dice nuestra alma: Porque ante ti está mi deseo y no se te oculta mi gemido. En la patria, en cambio, no habrá lugar alguno para la oración, sino sólo para la alabanza. ¿Por qué no para la oración? Porque nada faltará. Lo que aquí es objeto de fe, allí será objeto de visión; lo que aquí se espera, allí se poseerá; lo que aquí se pide, se recibe allí. Con todo, en esta vida existe una cierta perfección, alcanzada por los santos mártires” (Sermón 159, 1).
La alabanza a Dios, en este tiempo en el que vivimos, se concentra en cantar el aleluya, cuando este canto nace de lo profundo del corazón la alabanza está servida, es decir, estamos ejercitándonos en la alabanza como el cántico del viajero, del peregrino, del que aspira a la Patria: “Sabéis que Aleluya se traduce en latín por «Alabad a Dios». De esta forma, cantando lo mismo y con idénticos sentimientos, nos animamos recíprocamente a alabar al Señor. Sólo a él puede alabarle el hombre sin temor, porque nada tiene que pueda desagradarle. También en este tiempo de nuestra peregrinación cantamos el Aleluya como viático para nuestro solaz; el Aleluya es ahora, para nosotros, cántico de viajeros. Nos dirigimos por un camino fatigoso a la patria, lugar de paz, donde, depuestas todas nuestras ocupaciones, no nos quedará más que el Aleluya… Viviendo de esta esperanza, cantamos el Aleluya. Ved cuánto gozo causa la esperanza. ¡Cómo será la realidad! ¿Preguntas cómo será? Escucha lo que sigue: Se embriagarán de la abundancia de tu casa. Esto es lo que esperamos. Sentimos hambre y sed de ella; es preciso saciarla. Pero el hambre está en el camino, y la saciedad en la patria. ¿Cuándo seremos saciados? Me saciaré cuando se manifieste tu gloria. Actualmente está oculta la gloria de nuestro Dios, la gloria de nuestro Cristo, y con ella está escondida también la nuestra. Pero cuando aparezca Cristo, vuestra vida, también vosotros apareceréis con él en la gloria. Entonces será realidad el Aleluya; ahora lo poseemos sólo en esperanza. La esperanza es la que lo canta; el amor lo canta ahora, y lo cantará también entonces; pero ahora lo canta el amor que hambrea, y entonces lo cantará el amor que goza” (Sermón 255, 1 y 5).
Santiago Sierra, OSA