Reflexión agustiniana

Escrito el 19/10/2024
Agustinos


La hermosura de Dios

Agustín también reflexiona sobre la hermosura de Dios. Dios es la hermosura personificada, la hermosura de Dios es el propio Dios, y esta hermosura es equidad y misericordia. Es verdad que nos entusiasma leer, al hablar de Dios, que es como la patria hacia la que el hombre camina, nos admira que Agustín destaca que nos esforzamos por hablar de Dios en nuestra lengua, aunque todavía no hemos conseguido expresarlo con nuestras palabras. Y es que no hablamos de Dios para decir quién es, sino porque no podemos callar: “Y así como para Él es idéntico ser y ser Dios, grande, bueno, así en Él se identifican el ser y la persona. ¿Por qué, pues, no llamar a estas tres realidades una persona, como decimos una esencia y un Dios, sino que afirmamos la existencia do tres personas, siendo así que no decimos tres dioses o tres esencias? ¿Quizá porque nos place emplear una palabra que exprese la Trinidad, para no permanecer en silencio cuando se nos pregunta qué son estos tres, pues hemos confesado que son tres?” (La Trinidad 7, 6, 11). La hermosura de Dios es también, en parte, imposible de ver, es decir, de comprender.

En Confesiones, en un momento determinado, hace Agustín una digresión fascinante, escuchemos: “¡Cuán innumerables cosas, con variadas artes y elaboraciones en vestidos, calzados, vasos y demás productos por el estilo, en pinturas y otras diversas invenciones que van mucho más allá de la necesidad y conveniencia y de la significación religiosa que debían tener, han añadido los hombres a los atractivos de los ojos, siguiendo fuera lo que ellos hacen dentro, y abandonando dentro al que los ha creado, y destruyendo aquello que les hizo. Mas yo, Dios mío y gloria mía, aun por esto te canto un himno y te ofrezco como a mi santificador el sacrificio de la alabanza, porque las bellezas que a través del alma pasan a las manos del artista vienen de aquella hermosura que está sobre las almas, y por la cual suspira la mía día y noche. Los obradores y seguidores de las bellezas exteriores de aquí toman su criterio o modo de aprobarlas, pero no derivan de allí el modo de usarlas. Y, sin embargo, allí está, aunque no lo ven, para que no vayan más allá y guarden para ti su fortaleza y no la disipen en enervantes delicias. Aun yo mismo, que digo estas cosas y las discierno, me enredo a veces en estas hermosuras; pero tú, Señor, me librarás; sí, tú me librarás, porque tu misericordia está delante de mis ojos; pues si yo caigo miserablemente, tú me arrancas misericordiosamente, unas veces sin sentirlo, por haber caído muy ligeramente; otras con dolor, por estar ya apegado” (Confesiones 10, 34, 53).

Podemos correr tras la hermosura externa, olvidarnos de quien ha colocado todas las hermosuras en la creación y así la hermosura se convierte en un puente hacia el gozo. La hermosura es el tallo en el que se abre la flor del deseo. Y Agustín insiste en el carácter inovado del saber y el conocer. Por tanto, la hermosura aparece bajo múltiples formas y puede ser el camino del amor, del deseo y del gozo. Tiene carácter referencial y, en sus mejores momentos, hace referencia a Dios.  

            Cuando habla de la hermosura de Dios, Agustín interpreta cada vez más esta hermosura en sentido de gracia, que es sinónimo de resplandor, de brillo y de hermosura, pero emplea la palabra gracia como una noción que nombra la esencia de Dios. La gracia de Dios es un regalo y un regalo no se merece. La hermosura no debe ser un placer narcisista, sino que debe zarandearnos, debe desestabilizarnos, debe sacar de la rutina al vagabundeo de la vista. La hermosura debe intranquilizarnos, debe conducirnos a preguntarnos sobre nosotros mismos. La fuerza referencial de la hermosura supone siempre una elevación de lo material a lo espiritual. Dios está en el horizonte y Agustín da un giro magistral a la reflexión sobre la hermosura y lo convierte en una profesión de fe, una profesión de fe en un Dios que es hermoso, pero cuya hermosura no va por la senda del ser humano, y que desestabiliza. La hermosura, para poder ser hermosura, tiene que ser divina y superar la que se atribuye al hombre.

 

Santiago Sierra, OSA