Reflexión agustiniana

Escrito el 10/08/2024
Agustinos


Contigo somos camino

En tiempo de vacaciones acostumbramos a caminar, viajar, peregrinar, para conocer y disfrutar de muchas experiencias, unas sensibles, porque entran por los cinco sentidos de nuestro cuerpo; otras sicológicas, relaciones afectivas que tocan nuestra alma, y otras espirituales, porque elevan nuestra mente a realidades que nos superan. Agustín nos cuenta en el libro Confesiones su peregrinación vital en busca de la felicidad y cuya meta la halla en Dios. Podemos dividir caminar en cuatro etapas: en la primera, busca la felicidad a través de la satisfacción de los sentidos corporales, correspondería a su época infantil y adolescente; la segunda, entrado ya en la juventud, busca la felicidad en la satisfacción de su deseo psicológico de conocerse y aceptarse y que él expresa varias veces como el deseo de “amar y ser amado” (Confesiones II, 2, 2; III, 1, 1); un tercer momento, comienza a partir del encuentro con libro Hortensio del filósofo romano Cicerón, su lectura elevará la búsqueda de la felicidad a la satisfacción de sus inquietudes intelectuales; la última etapa, es la felicidad en Dios como satisfacción del sentido último de la existencia. Si las Confesiones inician con su famosa cita “Quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” (Confesiones I, 1, 1), terminan su parte más autobiográfica con otra afirmación no menos significativa: “Porque allí donde hallé la verdad, allí encontré a mi Dios, la misma verdad, la cual no he olvidado desde que la conocí.” (Confesiones X, 24, 35).

En el caminar de la vida una cosa es alcanzar una idea de Dios y otra muy distinta gozar de Dios al final del camino. Agustín reconoce que le faltan las fuerzas para realizar el camino y mantener en su vida el deseo de la meta final: “Buscaba yo el medio de adquirir la fortaleza que me hiciese idóneo para gozarte y no habría de hallarla sino abrazándome con el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos el cual clama y dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida, y el alimento mezclado con carne (que yo no tenía fuerzas para tomar), por haberse hecho el Verbo carne, a fin de que fuese amamantada nuestra infancia por la Sabiduría, por la cual creaste todas las cosas. Pero yo, que no era humilde, no tenía por mi Dios a Jesús humilde, ni sabía de qué cosa pudiera ser maestra su flaqueza. Porque tu Verbo, verdad eterna, trascendiendo las partes superiores de tu creación, levanta hacia sí a las que le están ya sometidas, al mismo tiempo que en las partes inferiores se edificó para sí una casa humilde de nuestro barro, por cuyo medio abatiera en sí mismo a los que había de someterse y los atrajese a sí, sanándoles el tumor y fomentándoles el amor, no sea que, confiados en sí mismos, se fuesen más lejos, sino, por el contrario, se hagan débiles viendo ante sus pies débil a la divinidad por haber participado de nuestra piel, y, cansados, se arrojen en ella, para que, al levantarse, ésta los eleve.” (Confesiones VII, 18, 24).

Agustín ya obispo ordena y recoge en un libro las respuestas a diferentes cuestiones que, después de su conversión, los hermanos le habían ido planteando. En la cuestión sesenta y seis describe las cuatro etapas del camino para todo cristiano: “En todo hombre hay también como cuatro etapas, que pasadas sucesivamente desembocarán en la vida eterna. En efecto, porque convenía, y eso era justo después de que nuestra naturaleza pecó, que, perdida la felicidad espiritual que viene significada con el nombre de paraíso, naciésemos animales y corporales, la primera etapa es la acción antes de la ley; la segunda, la acción bajo la ley; la tercera, bajo la gracia; la cuarta, en la paz. La acción antes de la ley es cuando ignoramos el pecado y seguimos las concupiscencias carnales. La acción bajo la ley, cuando, ya se nos prohíbe el pecado y sin embargo pecamos vencidos por la costumbre del pecado, porque todavía no nos ayuda la fe. La tercera acción es cuando ya creemos del todo en nuestro Libertador, sin atribuir nada a nuestros méritos, sino que, amando su misericordia, ya no somos vencidos por el deleite de la mala costumbre que se esfuerza por llevarnos al pecado; pero con todo sufrimos todavía sus asaltos importunos, aunque no cedamos a ellos. La cuarta acción es cuando no hay en el hombre ya completamente nada que se oponga al espíritu, sino que todo, armoniosamente unido y concordado, guarda una relación con la paz sólida; la cual sucederá cuando sea vivificado el cuerpo mortal, cuando esto corruptible llegue a vestirse de incorrupción y lo mortal llegue a vestirse de inmortalidad.” (Ochenta y tres cuestiones diversas, 66, 3).

Mientras tanto somos viandantes o mejor peregrinos que de deambular por los campos extraños hemos pasado a “caminar” hacia el santuario de Dios. Y, ¿qué significa caminar? El mismo Agustín nos responde “en pocas palabras: ‘Avanzar, no sea que por no entenderlo caminéis con mayor pereza’. Avanzad, hermanos míos; examinaos continuamente sin engañaros, sin adularos ni pasaros la mano. Nadie hay contigo en tu interior ante el que te avergüences o te jactes. Allí hay alguien, pero uno al que le agrada la humildad; sea él quien te ponga a prueba. Ponte a prueba también tú mismo. Desagrádete siempre lo que eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde hallaste complacencia en ti, allí te quedaste. Si has dicho: ‘Es suficiente’, también pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, queda parado; quien vuelve a las cosas de las que se había alejado, retrocede; quien apostata, se desvía. Mejor va un cojo por el camino que un corredor fuera de él. Vueltos al Señor... (Sermón 169, 18).

Y para animarse en el camino, Agustín nos invita a hacer juntos la peregrinación cantando en unidad con la Iglesia, en unidad con Cristo: “Andad por el camino con todas las gentes, caminad junto con todos los pueblos, ¡Oh, hijos de la paz, hijos de la única Iglesia Católica! Avanzad por el camino, cantad caminando. Hacen esto los caminantes, para aliviar el cansancio. Vosotros cantad en este camino; os lo pido por Aquel que es el camino, cantad en este camino; cantad un cántico nuevo; que nadie en él entone viejos cánticos: cantad himnos de amor a vuestra patria, nadie cante cosas antiguas. Nuevo es el camino, nuevo el caminante, que sea nuevo el cántico. Mira cómo te exhorta el Apóstol a que cantes un canto nuevo: Si uno en Cristo es ya criatura nueva, lo viejo pasó; todo se ha convertido en nuevo. Cantad un cántico nuevo en el camino que habéis conocido en la tierra. ¿En qué tierra? En todos los pueblos. Por eso el cántico nuevo no pertenece a un grupo. El que canta en una parte, canta algo viejo; cante lo que cante, canta algo viejo, canta el hombre viejo; está dividido, es carnal. No hay duda de que en tanto es carnal, en cuanto es viejo, y en tanto es nuevo, en cuanto es espiritual. Fíjate en lo que dice el Apóstol: No pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales. ¿Cómo demuestra que son carnales? Porque cuando uno dice: Yo soy de Pablo; y otro: yo de Apolo, ¿no estáis, dice, siendo carnales?  Luego si estás en el camino seguro, canta en el espíritu un canto nuevo. Como cantan los caminantes, y con frecuencia lo hacen de noche. Todo alrededor ruge y da miedo, o más bien no hace ruido, sino que hay un silencio en torno; y cuanto más silencio, tanto más da temor. Hay quien canta, incluso, por miedo a los bandidos. ¡Cuánto más seguro cantas en Cristo! Este camino no tiene ladrones, a no ser que te salgas del camino y vayas a dar con el ladrón. Canta seguro, repito, un cántico nuevo en el camino que has conocido en la tierra, es decir, en todas las naciones. Mira que este cántico nuevo no lo puede cantar contigo el que eligió separarse. Cantad al Señor, dice, un cántico nuevo; y continúa: Cantad al Señor toda la tierra. Que te confiesen, oh Dios, los pueblos. Encontraron tu camino: que lo confiesen. El mismo cantar es ya una confesión: es el reconocimiento de tus pecados, y del poder de Dios. Confiesa tu maldad, confiesa la gracia de Dios; acúsate a ti mismo, y glorifícalo a él; repréndete a ti y alábalo a él, para que cuando venga a ti te encuentre como tu propio castigador, y él se te muestre como tu salvador.” (Comentario al salmo 66, 6).

Que podamos un día celebrar el final del camino junto a San Lorenzo y todos los santos que caminaron por Cristo Verdad a la vida eterna. Felices y santas vacaciones.

  P. Pedro Luis Morais Antón.  Agustino.