¡Hola, qué tal, cómo estás!
Ayer domingo se ha leído en las misas dos textos, uno del Antiguo y otro del Nuevo Testamento, donde se habla del final de los tiempos. También ayer, en el grupo de la lectio divina donde participo, estuvimos reflexionando, orando y contemplando estos mismos textos.
Por supuesto que estuvo presente el tema del fin del mundo, pero también el fin de cada uno cuando le llegue la muerte. Tanto en uno como en otro, salió a relucir el juicio de Dios que conllevará, para los juzgados, el poder disfrutar del cielo o penar en el infierno.
Recuerdo que el obispo cardenal Carlos Amigo, ya fallecido, dijo una vez: Cuando la Iglesia beatifica o canoniza de una forma solemne y pública, a un hombre o una mujer, está afirmando que se encuentra en el cielo. Ahora bien, hasta ahora la Iglesia no ha declarado solemne y públicamente, que alguien esté en el infierno.
Y esto por qué. Porque entiende que, si bien Dios es justo, recto, exigente, también es amor, misericordia, perdón. Y, lo que Él vaya a hacer es impredecible para nuestra forma de pensar, juzgar y actuar tan limitada y terrenal.
Para San Agustín el disfrutar del cielo o sufrir en el infierno es una decisión que va tomando el ser humano en el día a día de su vida terrenal, no es una decisión de Dios.
“Ante todo, compara estas dos cosas: la muerte en un momento y los castigos que duran para siempre. Temes la primera, y llegará quieras o no lo quieras. Deberías, más bien, tener miedo del eterno castigo, que no llegará si no lo deseas”
(Sermones 279,9)
Oración:
“Recuérdame, Señor, no por fuerza de tu cólera, sino según tu misericordia. Esto es de justicia, Señor, no por méritos míos, sino por tu benevolencia”.
(Enarraciones sobre el salmo 24,7)