Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

Escrito el 06/10/2024
Agustinos


Texto:  Ángel Andújar, OSA
Música: K. Mc Leod. A very brady special

En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba:
«¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?».

Él les replicó:
«¿Qué os ha mandado Moisés?».

Contestaron:
«Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».

Jesús les dijo:
«Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».

En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.

Él les dijo:
«Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.

Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él».

Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos

.

La común dignidad de los hijos de Dios

Las mujeres y los niños son el centro de atención del pasaje evangélico que tenemos hoy en nuestras manos. Es necesario recordar que unas y otros eran considerados en tiempos de Jesús como personas de segunda categoría, siempre sometidas al dominio del varón adulto, algo que el Señor va a cuestionar radicalmente.

En la raíz de las enseñanzas de Jesús está el significado que damos a la palabra “amor”. En aquel tiempo, algunos llamaban amor a una actitud absolutamente egoísta, pues la ley amparaba a aquel hombre que decidía repudiar a su mujer simplemente porque no cocinaba a su gusto, por ejemplo. Jesús considera el amor como algo muy diferente, pues sostiene que el amor en el seno del matrimonio hunde sus raíces en el mismo amor de Dios. Por eso, cuando algunos, llenos de mala intención, le ponen a prueba amparándose en la ley de Moisés para dar licitud al divorcio, él va mucho más allá de lo legal, presentando el ideal del amor de pareja: aquel que permanece para siempre.

Una de las experiencias pastorales más gratificantes es la celebración de las bodas de oro matrimoniales. Que una pareja, después de cincuenta años de unión, con sus alegrías y sus penas, con su salud y su enfermedad, anuncien a los cuatro vientos que se siguen amando y que quieren renovar ese compromiso ante Dios y ante sus seres queridos, es signo de que el ideal se puede alcanzar, que no es cierto que el amor de pareja es pasajero y un día se termina. Desde ahí podemos entender la afirmación de Jesús que empleamos en el rito del matrimonio: lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Ahora bien, asumiendo que el ideal está ahí y que es algo alcanzable, también es necesario comprender que no siempre se consigue, y que la posibilidad del fracaso es real. Y, cuando se da, debemos ser misericordiosos como lo es Dios. No se puede frivolizar con temas tan complejos como es el de la convivencia humana; muy al contrario, es preciso saber escuchar, acompañar y ayudar a sanar heridas cuando las cosas se tuercen.

Lo de Jesús resultó muy revolucionario en el ambiente de su tiempo, pues puso en el mismo nivel a mujer y varón. Citando el Génesis, indicará que, al unirse el hombre a su mujer, serán los dos una sola carne. Está afirmando el plano de igualdad en que se sitúan ambos, superando cualquier atisbo de sometimiento de la una al otro. Igual hace con los niños, en ese gesto final en el que toma a los menores en sus brazos y afirma que el reino de Dios es de los que son como ellos. El Evangelio rompe esquemas, supera cualquier tipo de discriminación y señala la común dignidad de los hijos de Dios, seamos mujeres o varones, adultos o menores.

Feliz día del Señor.