Miércoles XXIV del Tiempo Ordinario

Escrito el 18/09/2024
Agustinos


Texto:  Ángel Andújar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?
Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de:
“Hemos tocado la flauta
y no habéis bailado,
hemos entonado lamentaciones,
y no habéis llorado”.
Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: Tiene un demonio; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón»..

Los hijos de la sabiduría

Para comprender en toda su profundidad este pasaje de Lucas es importante que nos fijemos en la última expresión que aparece en el mismo: ¿quién ha dado la razón al Hijo del hombre? “Los hijos de la sabiduría”.

La escena nos presenta una crítica hacia aquellos que se comportan como unos niños caprichosos. Nos recuerda al famoso refrán: “El perro del hortelano, que ni come ni deja comer”. De este modo parecen comportarse aquellos que Jesús llama “esta generación”, es decir, muchas de aquellas personas a las que está predicando. Parece que no les vale nada de lo que se les ofrece, pues han recibido la propuesta de la Buena noticia de dos modos muy diferentes y en ambos casos la han rechazado. A Juan Bautista, que se presenta desde la austeridad de vida, le tachan de “endemoniado”. A Jesús, que se muestra cercano a todo ser humano, también a los pecadores, lo rechazan por “comilón y borracho”. Jesús les viene a decir: “entonces, ¿qué queréis?”

Todos conocemos a personas que rechazan lo que se les ofrezca por sistema. Incluso podemos sorprendernos a nosotros mismos en esa actitud intransigente: “ni lo uno, ni lo otro, ni lo de más allá”. Parece que nada convence y acabamos instalados en la crítica hacia el otro por sistema.

En el fondo, y aquí está la clave del texto evangélico, aparece aquí una actitud muy alejada de la de “los hijos de la sabiduría”. Ese comportamiento refleja una cerrazón de mente que esconde una profunda ignorancia. No aceptar lo que viene del otro por la pura apariencia es fruto de mirar con unos ojos superficiales, quedándose en lo anecdótico, y olvidando la profundidad de la vida. Por supuesto, hay propuestas que nos pueden convencer más y otras menos, pero si nada nos convence, quizá nos falte una mirada más sabia hacia la realidad.

Tanto Juan Bautista como Jesús están llamando a acoger la Buena noticia de Dios, algo que compromete la vida, la complica, aunque sea para bien. Pero quien quiere quedarse con una religiosidad superficial, de ritos vacíos y faltos de compromiso, buscará la manera de desacreditar a todo mensajero auténtico.

Hoy nos toca a nosotros tomar postura: ¿prefiero quedarme en la superficialidad, viviendo una fe de perfil bajo que no me complique mucho la existencia? ¿O apuesto por subirme al tren de los “hijos de la sabiduría”, que miran en profundidad el mensaje y, con apertura de mente, están dispuestos a implicarse a fondo por la causa del reino de Dios?

En suma, el Evangelio nos llama a dejar de lado los prejuicios. Me puede convencer más el estilo de Juan Bautista o el de Jesús, pero tengo que comprender que, en el fondo, ambos nos están hablando de Dios Padre, que nos llama a comprometernos y dar la vida por su Reino.