Domingo II Tiempo Ordinario

Escrito el 14/01/2024
Agustinos


Texto: José María  Martín, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
«Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
«Qué buscáis?».
Ellos le contestaron:
«Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?».
Él les dijo:
«Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)».
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)».


Una experiencia maravillosa

En el relato de Juan, Jesús no es quien lleva la iniciativa, salvo en el versículo último; la iniciativa la llevan los dos discípulos del Bautista. En realidad, el autor presenta en síntesis el proceso formativo de la comunidad cristiana. Juan presenta a Jesús sirviéndose de una imagen figurada: el cordero de Dios. La imagen remite al sacrificio de los corderos en el Templo para la cena de Pascua. De la mano del autor de este texto, la andadura que comenzamos en estos domingos primeros del tiempo ordinario nos lleva a la cruz, ese lugar en alto en el que tiene que ser levantado el Hijo del hombre, como dirá Jesús a Nicodemo. La cruz es el lugar donde Jesús vive, porque es el lugar donde se pone de manifiesto el amor. En efecto, el amor supremo consiste en dar la vida, como va a decir Jesús a sus discípulos. Y si hay algo que Jesús ha hecho, esto ha sido, precisamente, amar. De ahí que sea el amor el lugar en el que él vive y el lugar en el que únicamente se le puede encontrar. Seguir por amor al que nos amó primero es una maravillosa experiencia. Con el salmista decimos: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

El texto usa tres verbos para expresar lo que han de vivir los discípulos junto a Jesús: “fueron…vieron…se quedaron con El”.  Es el camino que recorre aquél que se encuentra con Jesús y le reconoce como Alguien que da sentido a su vida. Sus comienzos son muy simples: escuchar a alguien que habla de Jesús. Después vienen el seguir, el ver, el indagar, tal vez por simple curiosidad; no importa, el caso es buscar allí donde creo que está Jesús. Un día, seguro, vendrá el encuentro. No será un encuentro conceptual (las ideas solas nunca salvan) sino existencial. Será una experiencia transformadora. Te sacará de ti mismo, de tu egoísmo, de tu falta de horizontes, y te pondrá en contacto con los demás, a los que comunicarás tu descubrimiento de Jesús como líder de todos tus anhelos y esperanzas. Es incluso posible que te cambie el nombre, que te confíe una función, una misión dentro de la comunidad. Andrés quiso hacer partícipe de su experiencia a su hermano Simón y le lleva a Jesús, quien le da un nuevo nombre, “Cefas”. Aquél que sigue de verdad a Jesús es porque se ha enamorado de Él. “Eran las cuatro de la tarde” cuando se quedaron con El. El que vive esta maravillosa experiencia del encuentro con el Señor no olvida ni el día ni la hora. Así lo expresa San Agustín al comentar este evangelio: “¡Qué día tan feliz y qué noche tan deliciosa pasaron…Edifiquemos y levantemos también nosotros una casa en nuestro corazón a donde venga él a hablar con nosotros y a enseñarnos”