La fe y la oración
Agustín tiene claro que hemos de partir de la fe, incluso cuando predicamos, y que nuestra vida está dirigida por las virtudes teologales. Pero él actúa porque confía en la oración de los fieles mismos, por eso puede decir: “El que yo me atreva a hablaros a vosotros es obra de la fe, fe por la que creo que estáis orando por mí. Pues no ignoro que estoy en vuestros corazones, unido en el morir y en el vivir; esta esperanza la nutre en mí el afecto de vuestra caridad. Por lo tanto, os suplico que os dignéis escuchar con agrado lo que el Señor me conceda deciros” (Sermón 163, A,1).
El binomio fe-oración se pone más patente cuando Agustín contempla el comportamiento de la mujer enferma del evangelio, que se acerca a hurtadillas y toca porque cree que así será sanada: “A Cristo se le toca mejor con la fe que con la carne; tocar a Cristo equivale aquí a tocarle con la fe. Aquella mujer que padecía flujos de sangre, se acercó a él con fe y con la mano tocó su vestido, pero con la fe su majestad. Ved también aquí lo que es tocar. En aquella ocasión sólo ella tocó al Señor, apretujado por la multitud. Así pregunta: '¿Quién me ha tocado?' Llenos de extrañeza, puesto que la multitud lo apretujaba por todas partes, los discípulos le respondieron: 'La multitud te apretuja, y tú dices: ¿Quién me ha tocado? Y él respondió: 'Alguien me ha tocado' En efecto, si la multitud te apretuja, no te toca; ¿cómo te tocó sino porque creyó?” (Sermón 229 K,1).
Para alimentarnos en el camino de la vida necesitamos de la fe y de la oración. La fe es el alimento de los infantes, la oración el alimento de los adultos. Entrando por el camino de la fe nos capacitamos para entender de forma adulta los misterios profundos de la vida: “No quiere el evangelista San Juan darnos siempre leche para nuestra nutrición, mas quiere que tomemos alimentos sólidos. Pero aquel que no sea capaz de tomar el alimento sólido de la palabra de Dios, nútrase con la leche de la fe y crea sin tardanza lo que no alcanza a entender. La fe es el mérito; la comprensión es el premio. El mismo trabajo de entender hace sudar a la perspicacia de nuestra inteligencia para rasgar los velos de la niebla humana y tener claridad para entender la palabra de Dios” (Comentario al evangelio de Juan 48,1).
La fe es este alimento sencillo de Cristo que nos hace crecer en la vida interior: “Nutrámonos en Cristo, alimentados con esta simplicidad y autenticidad de fe. Mientras seamos pequeñuelos no apetezcamos el alimento de los adultos. Crezcamos en Cristo con este alimento salubérrimo, añadiendo las buenas costumbres y la cristiana justicia, en la que se perfecciona y confirma la caridad de Dios y del próximo” (El combate cristiano 33,35).
Creer en Dios es esperar de Él el perdón y la justicia, pero como algo gratuito, no debido a ningún mérito nuestro: “Y ahora te pregunto: ¿Crees, ¡oh pecador!, en Cristo? Creo, dices. ¿Qué crees? ¿Que por él se te pueden perdonar gratuitamente todos los pecados? Posees lo que creíste. ¡Oh gracia, otorgada gratuitamente! Y tú, ¡oh justo!, ¿por qué crees que sin Dios no puedes mantener la justicia? Atribuye entonces de forma absoluta a su piedad el ser justo, y el ser pecador atribúyelo a tu maldad. Sé tú el acusador y Él será tu indultor. Todo crimen, todo delito, todo pecado se debe a nuestra negligencia, y toda virtud, toda santidad, a la divina clemencia” (Sermón 100,4).
La fe, al ser gracia de Dios, sólo la posee aquel a quien Dios se la da: “En cambio, la fe pura, que obra la perfección de la unidad mediante la caridad, dado que la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha otorgado, no pertenece a quienquiera, sino a quien le sea donada como en suerte por una misteriosa gracia de Dios” (Sermón 218, 9).
Santiago Sierra, OSA