Domingo con San Agustín

Escrito el 21/07/2024
Agustinos


 

Domingo XVI del Tiempo Ordinario 21 de julio de 2024

Marcos 6, 30-34

Corregidlo como a un hermano para que se avergüence... pero no suprimáis el amor

Cuando los discípulos vuelven de su misión, de anunciar el Reino de Dios, Jesús les invita a descansar, a estar junto a Él. San Agustín nos explica cómo hay personas que buscan estar más cerca de Dios, cómo hay hermanos que buscan los desiertos para acercarse a Dios. Pero con esa idea tan santa, tan hay hermanos que no lo hacen bien. ¿Qué hay que hacer? Corregirlos siempre, porque en toda comunidad grande hay buenos y malos, pero nunca dejar de amarlos, porque el amor es la gran enseñanza de Jesús.

¿Cuál os parece que será la razón, hermanos, por la que los desiertos se han llenado de siervos de Dios? Si les hubiera ido bien entre los hombres, ¿se habrían apartado de los hombres? Y, sin embargo, ¿qué es lo que hacen? Mirad cómo se van lejos, y se quedan en el desierto; pero ¿se mantienen aislados? No, la caridad los conserva unidos, viven en grupos numerosos; y entre tantos como son, también los hay quienes los someten a prueba. Y es que, en toda comunidad numerosa, es inevitable que haya malos. Dios, que conoce bien cómo debemos ser probados, mezcla entre nosotros a algunos que acaban no perseverando, o a quienes viven una vida falsa, que ni siquiera se inician en lo que deberían perseverar. Él sabe bien que necesitamos soportar a los malos, y así se hará más consistente nuestra bondad. Amemos a los enemigos, corrijámoslos, castiguémoslos, excomulguémoslos, y lleguemos incluso a separarlos de nosotros, pero con amor.

Mirad lo que dice el Apóstol: Si alguien no da oídos a las palabras de esta carta, señaladle con el dedo y no os mezcléis con él. Y para que en esto no se te entrometa la ira, y se te nublen los ojos, no lo consideréis, sigue diciendo, como a un enemigo, sino corregidlo como a un hermano para que se avergüence. Ordena separarse de él, pero no suprime el amor. Sigue sano el ojo aquel, sigue tu vida. Porque perder el amor sería tu muerte. Es lo que temió perder el que dijo: Me ha sobrevenido el miedo a la muerte. Así pues, para que no pierda yo la vida del amor, ¿quién me diera alas como de paloma, y volaré y descansaré? ¿Adónde vas a ir, adónde volarás, dónde descansarás? Mirad, he huido lejos y me he quedado en el desierto. ¿En qué desierto? Adondequiera que vayas se han de reunir otros muchos, buscarán contigo el desierto, tratarán de imitar tu vida, y tú no puedes rechazar el hacer comunidad con los hermanos; también se mezclarán contigo algunos malos; todavía debes seguir pasando pruebas. Mirad, he huido lejos y me he quedado en el desierto. ¿En qué desierto? Quizá sea el desierto de tu conciencia, donde no entra ningún hombre, donde nadie está contigo, donde estáis solos tú y Dios. Pero si se trata de un desierto local, ¿qué harás de los que se congreguen contigo? Del género humano no vas a poder separarte, mientras vives con los hombres. Observa, más bien, a aquel consolador, el Señor y rey, emperador y creador nuestro, creado también entre nosotros. Date cuenta de cómo entre sus doce mezcló a uno a quien tuvo que sufrir. 

Sermón 54, 9