Texto: Clara de Mingo
Música: Walk in the pask
"¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?"
Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre:
"Extiende la mano"
Sin duda, Jesús no era un hombre de su tiempo. Entendedme, no estoy diciendo que vino en un momento erróneo, porque todos sabemos que los tiempos de Dios son perfectos. Me refiero a que yo entiendo perfectamente que le tuvieran miedo los fariseos porque, si algo podemos decir de Jesús, es que era un revolucionario. Vino para hacer nuevas todas las cosas, para dar luz en un mundo sumergido en tinieblas, acotado estrictamente por las leyes romanas y los miles de preceptos judíos. Basta con ver lo que ocurre en el Evangelio de hoy: "¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?"
Me gustaría pensar que si nos encontráramos en esa situación no dudaríamos ni un segundo en echarle una mano, o correr a buscar ayuda ante una persona que está sufriendo.
Hace unos días, estábamos en una oración hablando sobre los pecados, la confesión y una chica comentaba que ella cuando hacía algo mal o no lo hacía por pereza y demás, pues que era consciente. El miedo que tenía era todas esas otras veces que lo hacía por desconocimiento, es decir, dejar de ayudar a alguien que tiene un problema por no darse cuenta de eso, un amigo que lo esté pasando mal y "como siempre está bien, pues yo he asumido que no le pasa nada".
O cuando vamos con las prisas y no nos paramos siquiera a escuchar las necesidades del otro. Por temas laborales, tiendo a pasar con cierta regularidad por los hospitales madrileños, y mis compañeros y yo, parecemos tontos, porque siempre vamos saludando a todo el que pasa cerca. Pues bien, pasaron unas empleadas de la limpieza, y nosotros pues saludamos como a cualquier otro. Pues no contestaron, no hubo respuesta. Siguieron andando el pasillo, y como a los 10 metros, se paran y una de ellas nos dice "¿Qué habéis dicho?". Nosotros les dijimos que simplemente habíamos saludado. Ella sonrió y nos dijo "lo siento, es que no estamos acostumbradas a que la gente nos salude. Normalmente, somos invisibles, pero vosotros nos habéis tratado como a los cirujanos o los pacientes. Gracias".
Cuántas veces Señor, vamos tan centrados en cumplir normas, liados por la rutina diaria, planificando miles de eventos a largo plazo sin darnos cuenta de que el prójimo está mucho más cerca. Un café con un amigo que lo está pasando mal, sujetarle la puerta a un vecino que va cargado con las bolsas, etc. Creo que el reino de Dios no nos exige milagros, curaciones ni expulsar demonios, sino pequeños detallitos en el día a día.