Texto: Agustin Riveiro, OSA
Música: Acousticguitar
Dame, Señor, entrañas de misericordia
Cuando era pequeño, y mi madre me tenía que dar un jarabe, que realmente sabía horrible, solía mezclar la dosis con un poco de azúcar. La medicina entonces sabía mejor y era más tolerable. Del mismo modo, en la vida cotidiana, los pequeños gestos de dulzura pueden aliviar nuestras preocupaciones. Me atrevo a actualizar el hecho para destacar que lo que realmente necesitamos es compasión. Una dulce compasión es el ingrediente que escasea en los supermercados. La falta de compasión –o peor aún, su ocultamiento– nos desconecta de la realidad. Tememos sentir dolor, llorar o sufrir junto a aquellos que atraviesan dificultades. Por ende, optamos por consumir el edulcorante de la indiferencia o nos sumergimos en actividades que nos distancian de la cruda realidad.
Jesús nos enseña que no podemos vivir alejados de la vida. Para amar de manera apasionada, debemos sentir, comprender y, en ocasiones, sufrir con los demás. En toda su travesía, Jesús impactó las vidas de las personas y miró a los corazones. Entró en la profundidad del dolor y del sufrimiento, convirtiendo esa amarga indiferencia de la época en la compasión dulce que necesitaban. La gran misión para los cristianos de este tiempo es reintegrar ese ingrediente olvidado: la compasión. Necesitamos personas llenas de compasión, capaces de impactar las vidas de los demás, siguiendo el ejemplo de nuestras madres, que buscaban unir las familias desde dentro.
El sufrimiento es algo que todas las personas sentimos en algún momento de nuestra vida, reconocer que nosotros también sufrimos será el primer paso hacia la compasión. “Danos Señor, entrañas de misericordia. Inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano desamparado”. Amén.