Es necesario organizar la gran marcha liberadora
hacia el interior del hombre.
Nosotros somos los hijos de la esperanza
y la esperanza es el ama del combate.
Nosotros formamos una cadena inmortal,
cuyo primer y último eslabón es Aquel mismo
que venció el egoísmo y la muerte.
La esperanza es la hija predilecta de Dios.
Los fracasos nunca desalentarán a los hombres de esperanza.
Después del primero, quinto, vigésimo o enésimo fracaso,
la esperanza repite siempre lo mismo: no importa, mañana será mejor.
La esperanza no muere nunca. Es inmortal como el mismo Dios.
Los hijos del evangelio gritan: “Es imposible derrotar el egoísmo”.
La esperanza contesta: “Todo es posible para Dios”
Los hombres del evangelio se lamentan:
“El dinero es la máquina invencible”.
La esperanza replica: “Sólo Cristo es invencible”.
Los hijos del evangelio se desalientan llorando y diciendo:
“En el mundo mandan el dinero y el odio, el mundo se burla del amor,
dicen que el odio es de los fuertes y el amor de los débiles,
dicen también que es preferible hacerse temer que hacerse amar,
dicen que para triunfar es necesario perder el rubor,
y que el egoísmo es una serpiente de mil cabezas
que penetra y sostiene, de manera fría e impasible,
toda la sociedad de consumo”.
Frente a todo esto, los hombres del evangelio
sienten la tentación de ‘salir’ del mundo, diciendo:
“¡Hermanos!, no hay lugar para la esperanza”.
La esperanza responde: “Vosotros, hijos del combate
y de la esperaza, estáis equivocados, porque miráis al suelo.
Os parece que todo está perdido porque creéis en las estadísticas,
leéis los periódicos, vuestra fe está en las estadísticas sociológicas,
solo creéis en lo que se ve.
Levantad vuestros ojos y mirad allá lejos
donde está la fuente de la esperanza: Jesucristo,
resucitado de entre los muertos, vencedor del egoísmo y del pecado,
Él es nuestra única esperanza.
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Ignacio Larrañaga. “EL silencio de María”. Madrid 2007 (230).