Nos das el pan, la paz y la palabra.
Nos das la vida, el horizonte, y el sentido.
Te nos das entero, no para que te apresemos entre las tapas de un cuaderno,
convertido en memoria íntima y exclusiva, ni para engrandecernos,
saciando nuestro anhelo de hondura y trascendencia.
No para dar motivo a nuestras causas y música a nuestro paso por la tierra.
Que todo eso sirve, sí. Pero no basta.
Mientras haya un hogar sin pan, habremos de partirnos, a tu modo.
Mientras falte la paz en un rincón, tendamos las manos abiertas.
Mientras alguien te ignore, seamos eco de tu Voz.
Hay que regalarse en vida, ofrecer el horizonte, apuntar a tu reino, gritar tu nombre.
No por deber o deuda. Por amor.
Que el amor, cuando se encuentra, se comparte. Y la fe, cuando se vive, se contagia.
José María Rodríguez Olaizola, Sj