Tú debiste asombrar a mucha gente, Señor, con tu actitud hacia las mujeres.
Conversaste largo tiempo con la samaritana y tus discípulos no hicieron ningún comentario.
No condenaste a la mujer adúltera y evitaste que la mataran a pedradas.
Te dejaste lavar y besar los pies por una mujer de mala vida y tu anfitrión se escandalizó de ello.
Aceptaste que te siguieran unas mujeres como discípulas, con los Doce.
En una sociedad en que las mujeres ocupaban un puesto secundario, tú te adelantaste a los tiempos.
Desde entonces, los tiempos han cambiado.
En muchos países, las mujeres reivindican, buscan y comienzan a encontrar el sitio que les corresponde.
Que tu Espíritu cambie las mentalidades de las personas en los países, culturas y religiones donde la mujer todavía no ha encontrado su sitio.
Que la humanidad forme una gran familia en la que las mujeres y los hombres sean complementarios y gocen de verdadera igualdad.