“Te agrada el camino de los malos porque es ancho y muchos andan por él; ves su anchura, pero no ves a dónde lleva. Pues su fin es el precipicio; su término es una profundidad infernal; los que se pasean alegres por él acaban hundiéndose en ella. Pero tú no puedes aguzar tu vista y ver este paradero. Cree al que ve. Y, ¿quién es el hombre que ve? Seguramente, ningún hombre; pero el Señor vino a ti para que creyeras a Dios”. (Enr. in ps. 145, 19).
Es tan fuerte el vendaval,
que me veo fuera del camino.
Intento asirme al viento,
mas no atino;
siento el roce entre mis dedos,
siento su tacto fino,
mas no acierta mi pulso
a hacerlo mío.
¿Realidad o fantasmas?
¡Veo corolas, estambres y pistilos,
mas, ¡maldita suerte mía,
voy a agarrarme a los espinos!
Sin asidero firme,
el vendaval terminará por sacarme del camino.
Debo gritar fuerte
o hablar conmigo mismo
y decirme, en mi alma
-aquí, bajito, bajito-:
“Planta cara al viento,
invoca al Rayo divino;
cambia de dirección,
dale a la vida sentido;
notarás que el corazón
pulsa con otro latido”.
Nazario Lucas Alonso