“Éramos pura nada, pero en Cristo lo somos todo. El que hizo el cielo y la tierra hizo suya la tierra, y al hacerla suya la hizo cielo” (Serm. 130,4)
No brillaron esa noche
las estrellas.
Estaban en el cielo,
sí,
pero el cielo,
de tan claro,
ocultó su destello.
El suelo fue el que brilló
igual que un estrellado firmamento.
En hogar se convirtió
en establo destartalado y viejo.
Nazario Lucas Alonso