“¡Qué insensatos serían dos que, queriendo ver la salida del sol, se enzarzasen en una disputa sobre el punto por donde ha de aparecer y cómo podría verse desde él, y llegasen a tanto en su discusión que se viniesen a las manos, y a golpes se quedasen ciegos para ver la salida! Luego para que podamos ver a Dios purifiquemos el corazón con la fe, sanémoslo con la caridad, asegurémoslo con la paz”. (Sermón 23,18).
Me siento ciprés nada funerario
enraizado en recio farallón;
soy receptivo -pliego literario-
a que llenes, Señor, mi alma con tu don.
Llega roncero a la hora del alba,
con asombrado gesto de mendiga;
pero es fuerte y férvido, esperanza
capaz de revivir al alma hundida.
Es vencida la noche por el alba,
los párpados dormidos toman vida,
sienten los labios roce de aire fresco;
entiendo, Señor, que tu gracia salva,
que da fruto la simiente crecida,
que nuestro amor alcanza ser burlesco.
Nazario Lucas Alonso