¿Quién no conoce las frases de las Confesiones sobre la hermosura siempre antigua y siempre nueva que Agustín buscaba con tanta intensidad? En sus esfuerzos por describir quién es Dios, Agustín emprende toda una búsqueda a tientas, pero no puede por menos que darse cuenta que no logra descubrir a Dios adecuadamente…, hasta que llega a proclamar que Dios es hermosura: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz” Confesiones 10, 27, 38).
Genial, espléndido…, es musical y encantador, se incluyen todos los sentidos y todos son transformados, reformados, potenciados y es casi místico. Casi sin quererlo superponemos las frases de Agustín al concepto moderno de hermosura, que tiene siempre un color positivo, la hermosura moderna nos eleva por encima de nosotros mismos, nos ensancha el horizonte y nos maravilla, es una hermosura que nos exalta y reconforta, es creativa y creadora, la hermosura nos acuna la mente, esa hermosura que es la prolongación de nuestra propia existencia… Pero para Agustín la hermosura tiene que ver con Dios y con lo divino… A nosotros Dios no siempre nos parece hermoso. A veces la imagen que Agustín tiene de Dios nos conmueve, como cuando dice que Dios es conocimiento, o sabiduría o amor, pero otras veces esta imagen de Dios tiene elementos oscuros y tenebrosos.
Para Agustín la hermosura de la creación es indudable. El cosmos es hermoso porque es obra de Dios. La luz que deslumbra es hermosura, también lo son los olores, las flores, la música: “Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantinelas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas: ni manás ni mieles, ni miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios” (Confesiones 10, 6, 8). Todo es bello, es hermoso y encantador porque en ello vemos y casi entendemos al Creador, es casi como si pudiésemos tocarlo con nuestras manos. Esto implica que en todo hay un orden determinado y forma un conjunto armonioso, que consta de infinidad de partes: “Esto mismo nos dicen también los cuerpos que son hermosos; porque más hermoso es sin comparación el cuerpo cuyos miembros todos son hermosos que no cada uno de los miembros, de cuya conexión ordenadísima se compone el conjunto, aunque cada uno en particular sea hermoso” (Confesiones 13, 28, 43).
Por tanto, la hermosura no reside en sí misma, sino que remite al mismísimo Dios. Él es la referencia: “Mas no acertaba aún a ver la clave de tan grande cosa en tu arte, ¡oh Dios omnipotente!, obrador único de maravillas, y así se iba mi alma por las formas corpóreas y definía lo hermoso diciendo que era lo que convenía consigo mismo, y apto, lo que convenía a otro, lo cual distinguía, y definía, y confirmaba con ejemplos materiales” (Confesiones 4, 15, 24). Es lo que Agustín dice de la diferencia entre un artista y Dios: “Tú eres, Señor, quien los hiciste; tú que eres hermoso, por lo que ellos son hermosos; tú que eres bueno, por lo que ellos son buenos; tú que eres Ser, por lo que ellos son. Pero ni son de tal modo hermosos, ni de tal modo buenos, ni de tal modo ser como lo eres tú, su Creador, en cuya comparación ni son hermosos, no son buenos, ni tienen ser. Conocemos esto; gracias te sean dadas; mas nuestra ciencia, comparada con tu ciencia, es una ignorancia” (Confesiones 11, 4, 6). Dios no tiene una idea previa de la hermosura a la que remitirse, la hermosura la creó Él, es Él, por eso Dios es muy diferente a todo artista humano. Dios no dispone de maestros ni de ejemplos. El creó el ojo con que miramos, creó el alma que busca la hermosura, creó al propio artista. Él pensó y creó la hermosura. La hermosura es remitente, pero no siempre remite a Dios, una cosa amada puede estar alejada de Dios o puede alejarnos de Dios: “Yo no sabía nada entonces de estas cosas; y así amaba las hermosuras inferiores, y caminaba hacia el abismo, y decía a mis amigos: ¿Amamos por ventura algo fuera de lo hermoso? ¿Y qué es lo hermoso? ¿Qué es la belleza? ¿Qué es lo que nos atrae y aficiona a las cosas que amamos? Porque ciertamente que si no hubiera en ellas alguna gracia y hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia sí” (Confesiones 4, 13, 20).
Santiago Sierra, OSA