Como esquema referente
para iniciar estos versos
acudo a dos peregrinos
-amigos de Jesús ellos-
que descubrieron su alma
a través de un simple gesto:
aceptó compartir la mesa
pasando por “forastero”.
A quien secunde este plan
de Jesús “El Nazareno”,
se le pide a pie de vida
reproducir ese encuentro.
En adelante y por siempre… / compartir será el proyecto.
¿Cómo cumplir el programa / en un mundo tan disperso?
¿Qué podemos compartir, / cómo actuar en concreto?
Se comparte una sonrisa / nacida sin fingimiento;
(no se trata de esa mueca / ensayada ante el espejo),
una risa que ilumine / con ternura y sentimiento
a quien vive de rodillas / y necesita tu aliento.
Compartir con el hermano
-el más próximo primero-
y al que llega sin papeles,
pues viene del extranjero…
afectuosa acogida,
afanes de vida y tiempo,
vino y pan sobre la mesa,
tensión de brazos abiertos,
cordialidad expansiva
y el perdón en candelero;
aroma denso de cuna,
justicia y amor intenso;
la riqueza de esperanza
que se esconde en privilegio,
con los cipreses en flor
en el hogar de los muertos.
Compartir bienes y canto
sin alarde y en silencio;
la vida hecha parábola
en sagrado ministerio,
con referencia directa
al sentir del Evangelio.
Jugando a ser generosos
y dar plenitud de cielo,
compartir será tu gloria
-el perfume de tu credo-
si te acercas al hermano
pobre, solo y sin consuelo
y le estampas en la frente
-con limpieza de alma- un beso.
Jesús lo hizo con Judas
al descubrir su proyecto,
aunque el traidor no acertara
a vislumbrar el misterio.
P. Serafín de la Hoz