Según Agustín, nuestro tiempo, el ahora, es tiempo de petición y de alabanza, solo que la alabanza no será en plenitud, sino en esperanza, pero es ahora cuando tenemos que comenzar a alabar para no tener que callar después: “Te ensalzaré, Dios mío, rey mío, y bendeciré tu nombre por el siglo y por el siglo del siglo. Veis incoada la alabanza de Dios, la cual se prolonga hasta el fin del salmo… Luego comienza a alabar ahora si has de alabar eternamente. El que no quiere alabar en la travesía de este siglo, enmudecerá cuando llegue el siglo del siglo” (Comentario al salmo 144, 2). La alabanza de los bienaventurados será continuación de la alabanza de ahora, porque la de ahora es como un entrenamiento para aquella, un ejercitarnos y probar lo que será la perfecta: “Luego, si alabas, canta no sólo con la lengua, sino también tomando el salterio de las buenas obras: porque el salterio es bueno. Alabas cuando comercias, alabas cuando comes y bebes, alabas cuando descansas en el lecho, alabas cuando duermes. ¿Cuándo no alabas? Pero esta alabanza de Dios se perfeccionará en nosotros cuando lleguemos a aquella ciudad, cuando hayamos sido hechos iguales a los ángeles de Dios, cuando ninguna necesidad corporal nos atormente por parte alguna, cuando ni el hambre ni la sed nos turben, ni el calor nos fatigue, ni el frío nos entumezca, ni la fiebre nos haga guardar cama, ni la muerte acabe con nosotros. Nos ejercitemos para aquella perfectísima alabanza con esta alabanza de las buenas obras” (Comentario al salmo 146, 2).
Toda la oración cristiana tiende a la oración de alabanza, pero esta alabanza tiene que ser auténtica e implica toda la vida, implica el vivir bien y el ordenar la propia vida, implica las buenas obras y las obras buenas: “Así que no alaba a Dios el que lo ofende con su mala vida; no lo alaba el que, aun cuando ya comenzó a vivir bien, cree que sus buenas obras provienen de él, y no de Dios. Tampoco lo alaba el que sabiendo que su buena conducta proviene de Dios, quiere no obstante que Dios sea rico sólo hasta él… Por lo tanto, atención los que vivís bien, atención los que vivís mal: El sacrificio de alabanza me glorificará. Nadie que sea malo me ofrece este sacrificio de alabanza. No le estoy prohibiendo al malo que me lo ofrezca; lo que quiero decir es que ningún malo me lo ofrece. Quien alaba es bueno, porque si alaba es que vive bien; porque si alaba, no lo hace sólo con la lengua, sino que también su vida concuerda con la lengua” (Comentario al salmo 49, 30).
Lo que Agustín nos quiere decir es que nuestras obras tienen mucho que ver con la alabanza, que no es solo cuestión de lo que decimos, sino también de lo que hacemos: “No cante tu voz únicamente las alabanzas de Dios, sino que tus obras concuerden con ella. Cuando cantas con la boca, callas algún tiempo; canta con la vida de modo que no calles nunca. Te entregas al negocio y piensas en el fraude; callaste la alabanza de Dios; y, lo que es mucho más grave, no sólo callaste la alabanza, sino que viniste a parar a las blasfemias. Cuando Dios es alabado por tu obra buena, alabas a Dios con tu obra, y, cuando Dios es ultrajado por tu obra mala, ultrajas a Dios con tu obra. Canta con la voz por lo que se refiere a los oídos, pero no calles con el corazón, no calles con la vida” (Comentario al salmo 146, 2).
Como vemos la alabanza del corazón va acompañada siempre de la alabanza de las buenas obras, que en el fondo serán las que nacen del amor, porque nuestro obrar bueno siempre va dirigido por el amor: “Con los que odiaron la paz fui pacífico. Para que oigáis la verdad, os diré, carísimos hermanos, que no podréis probar la verdad que cantáis si no comenzáis a hacer lo que cantáis. Por más elocuentísimamente que lo diga, de cualquier manera que lo exponga, con cualesquiera palabras que lo trate, diré que no penetra en el corazón de aquel que no obra con ella. Comenzad a obrar y entenderéis lo que hablo. Entonces a cada palabra brotan las lágrimas, entonces en realidad se canta el salmo y ejecuta el corazón lo que se canta. ¡Cuántos gritan con la boca y son mudos de corazón! Y, por el contrario, ¡cuántos enmudecen en los labios y claman con el afecto! El oído de Dios se inclina al corazón del hombre; pues bien, así como el oído corporal se inclina a la boca del hombre, así el corazón del hombre se inclina al oído de Dios” (Comentario al salmo 119, 9).
Santiago Sierra, OSA