¡Hola, qué tal, cómo estás!
Ayer celebramos en toda la Iglesia el DOMUND (Día Mundial de las Misiones). Se rezó por los misioneros y misioneras que están fuera de su país, anunciando el evangelio de Jesús y ayudando en lo que pueden.
Ahora bien, yo pensé también en los misioneros que están aquí, en su propio país. Y lo hice a cuenta de un hecho, el fallecimiento de Joana, una joven de 35 años. Trabajaba en la Fundación de los agustinos que se llama REDA (Red Agustiniana para la Educación y el Desarrollo) en San Sebastián de los Reyes, Madrid.
Dicha Fundación tiene, como uno de sus campos de acción, el apoyo a niños y jóvenes vulnerables, con riesgo de exclusión social. Con ellos estaba Joana, dando su vida. La muerte le ha llegado muy joven, dejando un marido y dos hijos pequeños.
En el tanatorio, llanto y tristeza por su partida, pero también reconocimiento de su persona, de su dedicación y amor a los demás. Su cuerpo no pudo con la enfermedad, pero su espíritu ganó la inmortalidad, porque estaba lleno de vida entregada.
Y, para San Agustín, esto es lo importante.
“Desde que nacimos, tenemos la necesidad de morir. “Esta enfermedad acaba con la muerte”. Así dicen los médicos cuando visitan al enfermo. Por tanto, ¿cuándo se encuentra la verdadera curación? Sólo cuando se logra la verdadera inmortalidad. ¡Y no hay necesidad de alimento! Por eso, no prepares tu estómago, sino tu espíritu”
(Sermones 77,14)
Oración:
“Señor, tú eres nuestro médico; curas todas nuestras enfermedades. Reduce el orgullo, renueva la vida disipada y corta lo que es superfluo. Conservas lo que es necesario, restituyes lo perdido y curas lo corrompido”.
(La lucha cristiana 11,12)