Se considera a Fr. Pedro Centeno como un ensayista y crítico del movimiento literario agustino del siglo XVIII, que se desarrolló en torno al convento de S. Felipe el Real, en Madrid. No se conoce con exactitud su lugar de nacimiento, pero parece que su origen estaba en Extremadura. Entró en el convento de Salamanca, donde profesó antes de 1771.
En los años ochenta del siglo ejercía de lector de Artes en el colegio agustino de Dña. María de Aragón, en Madrid, y en 1789 recibió el grado de Presentado en Teología. Predicó un famoso sermón en S. Felipe el Real que tuvo un fuerte impacto en el público asistente y que le va a acarrear muchos problemas por sus opiniones. En los años siguientes permaneció en los conventos de Madrid impartiendo la enseñanza y la predicación.
Participó activamente en la difusión del pensamiento ilustrado y, como un caso especial, fue fundador de un periódico que el mismo dirigía y donde expresaba su oposición hacia muchas posturas de la pastoral de su tiempo. El periódico tenía por título “El Apologista universal” y se editó en 1786, publicando 16 números hasta que desapareció al año siguiente al ser prohibido. Su contenido se oponía a otro periódico titulado “El Censor” y contestaba a sus informaciones. El texto del P. Centeno estaba lleno de ironías, comentarios finos y burlas a autores de la época, siempre dirigidas a los contrarios a los que se oponían a los ilustrados críticos.
Los temas que suscitaron su oposición hacían referencias a la defensa de las ciencias exactas, la crítica de la Teología antigua, insinuaciones contra los universitarios conservadores, oposición a las tradiciones dudosas y las supersticiones. Esto le suscitó polémicas con otros autores, a veces anónimos, con duras réplicas y contrarréplicas que aparecieron en su publicación. Los informes de la Inquisición no veían ataques a la fe católica en el periódico, pero consideraban que no debía publicarse porque se satiriza e ironiza a personas determinadas, y así con el número 17 se cerró la publicación y se abrió un expediente al autor. Por ejemplo, mostró su disconformidad con el catecismo de Ripalda, lo que le acarreó muchas acusaciones y delaciones, calificándole de impío, ateo,… y de jansenista, que era la acusación típica que se hacía a los agustinos en estas polémicas.
La mayor acusación contra el P. Centeno era que reprobaba las devociones populares, como novenas, procesiones y demás, e incluso negaba el limbo. Todo ello mostraba una inteligencia fuera de lo normal y capaz de censurar lo que él consideraba que contaminaba el mensaje cristiano. Faltarán siglos para que muchas de sus opiniones se hayan asimilado por la sociedad y por la Iglesia. Al final fue condenado de “sospechoso de herejía”, siendo la razón principal su reprobación de la teología escolástica y su oposición a la religiosidad externa que no lleva a la caridad cristiana.
Gracias a su amistad con Floridablanca y lo endeble de las acusaciones, no fue condenado a la cárcel y se le recluyó de forma temporal en diversos conventos de la Orden agustiniana. Era tal su prestigio, como un verdadero sabio, que la Real Academia de la Historia le admitió como miembro correspondiente en 1791 y al año siguiente supernumerario. Junto al agustino Fernández de Rojas fue elegido para completar el santoral del Año Cristiano. También publicó artículos en el “Semanario erudito” de Valladares.
Los últimos años de su vida, enfermo y poco comprendido pasó por varios conventos hasta fallecer en el de Salamanca el 2 de enero de 1803.
Fr. Ricardo Paniagua