¡Hola, qué tal, cómo estás!
Este domingo pasado hemos celebrado en la Iglesia universal la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado. El tema que el Papa Francisco escogió para este día fue “Dios camina con su pueblo”, poniendo como ejemplo la travesía del pueblo de Israel por el desierto, en busca de la tierra prometida.
Una experiencia que se parece mucho a la que pasan los migrantes y refugiados de todos los tiempos, también los de ahora. Y, al igual que Dios acompañó en todo momento al pueblo judío, también lo hace ahora con todos los que salen de su patria en busca de una vida mejor.
Dios, por supuesto que no quiere que sus hijos arriesguen sus vidas por los caminos, mares o ríos. Lo que pasa es que en sus países no tienen muchas cosas necesarias para llevar una vida humana digna. ¿Quién no querría quedarse en el lugar donde nació, en su cultura, con su familia y amigos?
En este mes de octubre que comenzamos mañana, tenemos presentes a los misioneros y misioneras, que van a los países más necesitados para decirle a la gente que Dios los ama, que camina con ellos. Y, también ayudarles para que su vida mejore y no tengan que marchar de su país. Y esto lo hacen, como dice Agustín, por amor al prójimo.
“Las personas que aman a Dios no pueden despreciarlo cuando nos ordena amar al prójimo. Y aquellos que en la santidad espiritual aman al prójimo, ¿qué aman sino a Dios en aquel prójimo? Amémonos, pues, el uno al otro, para que podamos amar a Dios en nosotros mismos por medio del amor. De este modo podemos estar unidos en un solo cuerpo y con esta Cabeza”.
(Comentario al Evangelio de S. Juan 65,2)
Oración:
¡Aumenta mi fe, Señor, aumenta mi esperanza y mi amor! ¡Qué maravillosa y sin igual es tu bondad!
(Soliloquios 1,1)