"Roma despierta (II)"
Recordamos cómo en tiempo de San Agustín, concretamente el 24 de agosto del 410, se produce el saqueo y la caída de Roma a manos de las tropas del godo Alarico.
Los paganos piensan que la caída de Roma se debe al abandono del culto a los antiguos dioses y, a los cristianos, este hecho les hace dudar de su fe y se preguntan si no es mejor volver a adorar a los dioses de sus padres.
Esta situación tan dramática le lleva a Agustín a escribir la obra “La Ciudad de Dios”, que consta de veintidós libros, y en cuya redacción empleó 14 años. A través de sus muchas páginas quiere dar respuesta a paganos y cristianos sobre los acontecimientos acaecidos con la caída de Roma.
A los cristianos les recuerda la fugacidad de los bienes de este mundo y les insta a trata de avivar su fe en la providencia divina, que rige los destinos de la historia. Nada deben temer los cristianos, pues saben que Dios saca bien aun de los males.
A los paganos, el obispo de Hipona les señala que la destrucción de Roma se ha producido por los pecados de los hombres, y les pone ante los ojos la vanidad del culto a los dioses, tanto para la vida presente como para la futura.
En los últimos doce libros de “La Ciudad de Dios” el obispo de Hipona presenta una concepción grandiosa de toda la historia de la humanidad. Para él, desde el delito de Caín dando muerte a su hermano Abel, los hombres y las mujeres se han ido posicionando como moradores de una de estas dos ciudades: la celestial o la terrenal, las únicas posibles.
San Agustín señala que la ciudad terrenal tiene su origen en Caín y, la ciudad celestial, en Abel. Al frente de la celestial está Dios y de la terrenal está Satanás.
Ambas ciudades se encuentran mezcladas en este mundo y sólo Dios sabe quién pertenece a una y quién pertenece a otra. Solo, al final de los tiempos, la separación será definitiva y total.
Pero, mientras llega este final de los tiempos, seguiremos hablando de San Agustín en nuestro espacio “Sabías que…”.