Reflexión agustiniana

Escrito el 06/07/2024
Agustinos


Ciertamente, Agustín había vivido una experiencia que ha sido fundamental para su vida; en un momento determinado, se ha sentido dividido, roto interiormente, ha experimentado la contradicción en lo más íntimo de su ser, y se ha esforzado por retornar, por reconquistar la propia unidad disipada, por unificar lo que en otro tiempo había estado unido. Este vivir fuera de sí mismo es, a la par, un haber abandonado el principio unificador y, por tanto, ser menos sí mismo. El camino recorrido por Agustín, nos lo ha dejado plasmado en estas palabras: "Y, pues, con iniquidad impía nos habíamos distanciado del único, verdadero y supremo Dios, desentonados y disipados en muchedumbre de vanidades, separados por muchas cosas y apegados a otras, era necesario, obedientes al mandato y orden del Dios de las misericordias, que todas las cosas preanunciaran la llegada del Único... Y en Él justificados ahora por la fe, y reintegrados luego por la visión, y reconciliados con Dios por el Mediador, nos uniremos al Uno, gozaremos del Uno y en el Uno permaneceremos" (La Trinidad 4,7,11).

Para lograr la unificación es necesaria la interioridad, que es tendencia a la unidad, a la unificación interior para poder asemejarse a Dios y unirse a Él. Sería el ideal ascético como aspiración que se ve en la primera interpretación del texto de los Hechos de los Apóstoles (4,32): "De los siervos de Dios se dijo, aunque eran muchos, que tenían un solo corazón: 'Tenían un alma sola y un solo corazón hacia Dios'. Muchas personas tienen un solo corazón, mientras que una sola persona dolosa tiene dos" (Sermón 308 A,7). Agustín hace referencia a la interioridad cuando distingue entre hombre terreno que está perdido en las cosas, y hombre de fe que busca siempre y por todos los medios, unirse al Uno. El hombre debe unificarse internamente y, para ello, debe huir de la multiplicidad para llegar a la unidad plena y perfecta: "El alma entregada a los placeres temporales continuamente se abrasa en deseos que no puede saciar, y, henchida de múltiples y ruinosos pensamientos, no la dejan contemplar el simple bien... Esta multiplicidad se opone con vehemencia a aquella sencillez... Luego si deseamos adherirnos y ser unos con Dios nuestro Señor, debemos ser singulares y sencillos, es decir, amantes de la eternidad y de la unidad, y alejarnos de la multitud y de la turba de los seres que nacen y mueren" (Comentario al salmo 4,9-10).

La llamada a la interioridad es una llamada que invita al restablecimiento del orden primitivo, del equilibrio interior con el que el hombre ha sido hecho; no se trata, por tanto, de huir, sino de incluir todo armónicamente en el cuadro jerárquico de los seres. En la interioridad agustiniana se restablece o, al menos, se puede restablecer, el equilibrio entre el hombre externo, el hombre interno y el hombre eterno, puesto que, Agustín ha descubierto en su interior el resorte para llegar a la trascendencia. La interioridad así es camino, lugar de paso para llegar al eterno presente. Así se entiende que la interioridad agustiniana no sea sólo presencia del hombre a sí mismo, sino también, y antes que nada, presencia de Dios que solicita, que reclama, que invita imperiosamente a dar una respuesta: "Quien se entrega a la percepción de las cosas sensibles, no sólo está alejado de Dios, más aún de sí mismo... El sabio está ciertamente con Dios, porque también a sí mismo se entiende el que lo es" (Del orden 2,2,5).

Cuando el hombre pierde esta dimensión de interioridad, de unificación interior, no puede reducir las cosas a la unidad; al estar perdido él mismo ha perdido la condición imprescindible para conocer los seres. El hombre, encontrándose a sí mismo, encuentra los criterios para su proceso intelectivo. La unificación interior es condición para el conocimiento del mundo, que nace de la unidad: "Así, el espíritu, replegado en sí mismo, comprende la hermosura del universo, el cual tomó su nombre de la unidad. Por tanto, no es dable ver aquella hermosura a las almas desparramadas en lo externo, cuya aridez engendra la indigencia, que sólo se logra evitar con el desapego de la multitud. Y llamo multitud, no de hombres, sino de todas las cosas que abarcan nuestros sentidos" (Del orden 1,2,3).

Santiago Sierra, OSA