«Aunque ya la misma solemnidad de esta noche santa os exhorta, amadísimos, a velar y a orar, es deber mío dirigiros unas palabras para que también la voz del pastor ponga en estado de alerta al rebaño del Señor contra quienes se le oponen y le envidian: las potestades y los gobernantes de estas tinieblas, cual si fuese contra bestias nocturnas» (Sermón 222: p. 235).
Esta noche de exultación, pues, no debe cesar de ser una noche de humildad, en el sentido en que Agustín entiende esta actitud del alma. La Iglesia vela a la espera de su Señor: «En efecto, durante todo el tiempo que dura este siglo cual si fuera una noche, la Iglesia, puestos los ojos de la fe en las Sagradas Escrituras, semejantes a faros nocturnos, permanece en vela hasta que venga el Señor» (Sermón 223 D, 3 [= Wilm. 4]: p. 258). La vigilia, en fin, es un ejercicio preparatorio para la vida bienaventurada donde reposaremos sin jamás dormir, porque el sueño es imagen de la muerte. El tema, como se puede apreciar, es muy del gusto de san Agustín. Lo desarrolla en el Sermón 221,3 [=S.Guelf 5,3].
«En aquella vida por la consecución de cuyo descanso todos trabajamos, vida que nos promete la verdad para después de la muerte de este cuerpo o también para el final de este mundo, en la resurrección, nunca hemos de dormir, como tampoco nunca moriremos. ¿Qué es el sueño sino una muerte cotidiana que ni del todo saca al hombre de aquí ni le retiene por largo tiempo? ¿Y qué es la muerte sino un sueño largo y muy profundo, del que el hombre es despertado por Dios? Por tanto, donde no llega muerte ninguna, tampoco llega el sueño, su imagen» (Sermón 221, 3: p. 231).
San Agustín viene a menudo a este argumento: v.g. en el S.Wil 7 [= Sermón 223 G]: «Esta santa festividad, hermanos, que arrebató la noche a la noche, ahuyentando las tinieblas con estas antorchas y alegrando nuestra fe, día para el corazón, se celebra, como sabéis, en memoria de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Para celebrar en nuestra vigilia su despertar de entre los muertos, los miembros que aún han de dormir, ¿pueden hacer cosa más apropiada que imitar, mientras llega el momento, a su cabeza, despierta ya para siempre, velando ellos también, puesto que han de hacerlo como él y han de reinar con él en una vigilia eterna, en que no habrá sueño alguno? Justamente, pues, cada cierto tiempo esta magna festividad nos indica lo que será la eternidad, donde el tiempo no tendrá fin. Velemos, pues, a Cristo despierto, y, según podamos, privémonos del sueño por un poco de tiempo en honor de aquel a quien ya no domina el sueño» (Sermón 223 G, 3: p. 264s).
No vendría mal añadir a estas razones, otra, del todo especial, para velar en esta noche de Pascua, que celebra el sueño del Señor: «Amadísimos hermanos, puesto que celebramos la vigilia en esta noche en la que recordamos la sepultura del Señor, mantengámonos en vela durante el tiempo en que él estuvo dormido por nosotros» (S. Guel 4,2 [=Sermón 223 B, 2: p. 253]).