Siempre podemos ver al hombre como el caminante que quiere llegar a una meta, que es la patria, que es donde encuentra su felicidad plena y su realización como hombre; pero para ello debe utilizar los medios que tiene a su disposición, siendo consciente que son medios y que no puede quedarse en ellos: “Siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en esta vida mortal, si queremos volver a la patria donde podemos ser bienaventurados, hemos de usar de este mundo, mas no gozar de él, a fin de que por medio de las cosas creadas contemplemos las invisibles de Dios, es decir, para que por medio de las cosas temporales consigamos las espirituales y eternas”; (Sobre la doctrina cristiana 1, 4, 4).
Con relación a las cosas terrenas nos es conocida la teoría agustiniana sobre el uti y el frui: uti se aplica únicamente a las cosas terrenas de las cuales no se puede gozar -frui- que queda únicamente para las cosas eternas y celestes (cfr. 83 diversas cuestiones 9, 30; La doctrina cristiana 1, 3, 3; 4, 4; 23, 22; 22, 20; 32, 35; La Trinidad 10, 11, 17; La ciudad de Dios 11, 25). Aquí vamos a decir dos palabras en torno a la indiferencia, que está profundamente enlazado con la doctrina del uti, y que ha sido sumamente importante en toda la ascética posterior. Agustín parece insinuar que la actitud que el cristiano debe tener frente a los bienes de la tierra es la indiferencia, pero ésta no se trata despreciar ni rechazar los bienes, ni siquiera de separarse del mundo y pensar que la vida retirada es más fácil para el servicio de Dios, de lo que se trata es de que en todo momento sepamos conservar la consciencia de Dios y bendecirle:”Comienza el hombre fiel a usar con indiferencia de este mundo, y no se engría cuando le sobrevienen cosas prósperas ni se abate cuando se le presentan las adversas, sino que bendice a Dios en todo tiempo” (Comentario al Salmo 138, 16).
El cristiano no renuncia al progreso, ni renuncia a los valores de la tierra, renuncia a gozarse en ellos y a tenerlos como fin en sí mismos, que es sustancialmente distinto. El hombre debe seguir usando de las cosas, pero ha de hacerlo adecuadamente, como quien está de viaje: “Sean objeto de uso, según necesidad, mas no de amor; sean como posada del peregrino, no como propiedad del posesor. Repara tus fuerzas y sigue adelante. Estás de viaje, mira hasta quién te llegaste, puesto que es grande quien vino hasta ti. Alejándote de este camino, dejas lugar para el que llega; tal es la condición de las posadas: te vas para que otro ocupe tu lugar. Pero si quieres llegar a un lugar seguro en extremo, que no se aparte de ti Dios... Para ello es necesario el alimento y el vestido. Bástenos lo suficiente para el viaje. ¿Por qué te cargas tanto? ¿Por qué llevas tanto peso para este breve camino, peso que no te ayuda a llegar a la meta, sino que más bien te hace sentirte más agobiado una vez concluido el camino?
Miserable es hasta más no poder lo que quieres que te acontezca: te cargas, llevas mucho peso, te oprime el dinero en este camino y después de él la avaricia. La avaricia, en efecto, es la inmundicia del corazón. Nada sacas de este mundo que amaste, a no ser el vicio que también amaste. Si eres perseverante en el amar al mundo, quien hizo el mundo no te encontrará limpio. Sirva, pues, el dinero usado con moderación para la utilidad temporal; sirva de viático para la meta establecida” (Sermón 177, 2-3).
Desde estas reflexiones se entiende que frente a lo eterno sea necesario alimentar en el hombre la nostalgia y esperanza de la patria, amor y alabanza de su belleza y gloria. Y frente a lo temporal, el mundo como tribulación y destierro, y siendo peregrino el hombre en la tierra, deseo e indiferencia por los bienes terrenos:”¿Qué diré a vuestra caridad? ¡Oh si el corazón de cualquier modo suspirase por aquella gloria inefable! ¡Oh si llorásemos con gemidos nuestra peregrinación, si no amásemos el mundo, si continuamente con alma pura suspirásemos por Aquel que nos ha llamado! El deseo es el seno del corazón; le poseeremos si dilatamos el deseo cuanto nos fuere posible. ¡Oh si de veras amásemos a Dios no tendríamos amor alguno al dinero! Sería para ti una ayuda en tu peregrinación, no un acicate de la avaricia, del cual usarías para tus necesidades y no para satisfacer tus caprichos.
Ama a Dios, si es que algo ha obrado en ti lo que oyes y apruebas. Usa del mundo, no te dejes envolver por él. Sigue el camino que has comenzado; has venido para salir del mundo y no para quedarte en él. Eres un caminante; esta vida es un mesón; utiliza el dinero como utiliza el caminante en la posada la mesa, el vaso, la olla, la cama; para dejarlo, no para permanecer en él. Si lo haces así, levantad el corazón los que podéis hacerlo, y escuchadme: si lo hacéis así, llegaréis a conseguir sus promesas. No es mucho para vosotros, porque es grande la ayuda de quien os ha llamado. Él nos llamó, invoquémosle nosotros, digámosle: Nos has llamado, nosotros te invocamos; mira que hemos atendido a tu llamamiento; oye nuestros ruegos y llévanos al lugar que nos has prometido; concluye lo que has comenzado; no dejes perder tus dones, no abandones tu campo hasta que tus semillas sean recogidas en el granero” (Comentario al Evangelio de Juan 40, 10).
Santiago Sierra, OSA