Reflexión agustiniana

Escrito el 20/05/2023
Agustinos


No es sensato recortar la importancia de la liberación de esclavitudes externas para el surgimiento del hombre auténticamente libre: también las opresiones externas pueden asfixiar la interioridad humana hasta su total deshumanización. San
Agustín no duda en declarar que «Dios no ha querido que el hombre domine al hombre, sino el hombre a las bestias» (Ciudad de Dios 19,15). La convivencia humana empezará verdaderamente a humanizarse, en la medida que todos concordemos en el empeño de hacernos señores de la vida de los sistemas y las cosas –más que ser dominados por ellos– y renunciemos, decididamente, a subyugar las conciencias, ni siquiera en nombre de la razón, de la verdad o de Dios.
Sin embargo, el factor determinante en el logro del hombre libre no es para Agustín sino la interioridad. Porque
«dentro del corazón soy lo que soy» (Confesiones 10,3,4). Y «el hombre sólo es bueno en su interior, o no lo es en absoluto» (Sermón 15,6). Lo que significa que el hombre sólo es libre cuando lo es en sí mismo y no cuando simplemente nadie se mete con él. También se puede ser esclavo de su propio descontrol, de su soledad, de su vacío o de su sinsentido de la vida. (…)

Nadie es libre, en consecuencia, para cuanto contradice o niega su hechura interior más profunda. Es libre cuando puede desarrollar, sin trabas, lo mejor de sí mismo. Por ello, para san Agustín, nadie es en realidad libre para hacer el mal, pues, estando hechos para el bien, el mal implica
siempre una esclavitud: «La libertad será tanto más libre cuanto menos pueda servir al pecado» (Comentarios a los salmos 105). «Una libertad sin control, más que libres, nos hace libertinos» (Carta 157,16). Por eso, «la verdadera libertad consiste no en hacer lo que nos place, sino en hacer lo que es bueno» (Sermón 344,4).

Galende, F., Educar para la libertad. EN TESTIGOS EN LA ESCUELA, Nº 19. FAE