“Sólo estos ejemplos, que he querido citar como en resumen, si quisiera soltarlos como envoltorios bien cerrados y desarrollarlos, ¿cuánto tendría que detenerme en cada uno de ellos, que tantísimos misterios encierran en sí? Y hay que tener presente que todo esto no es sino consuelo de los miserables y condenados, no recompensa de los bienaventurados. ¿Cuáles serán, pues, aquellas recompensas si estos consuelos son tantos, tan grandes y de tal calidad? ¿Qué no dará a los que predestinó a la vida quien ha dado todo esto, incluso a los que predestinó a la muerte?” (La Ciudad de Dios, XXII, 24, 5).
Alabad al Señor, luceros matutinos,
alabad al Señor, anfibios del arroyo;
alabad al Señor, alondras y amapolas,
alabad al Señor, fieras de los montes.
Alabad al Señor, céfiros y vientos,
rayos y tormentas, lluvias torrenciales;
fríos del invierno, calores estivales,
el rosicler del alba
y el vespertino ocaso
alabad al Señor con luz y resplandor.
Alabadle, los años infantiles,
alabadle, la loca adolescencia;
alabadle, dorada juventud,
adoradle, arrugada madurez;
adoradle familias abiertas a la vida.
Alabadle también, seres queridos
que habéis sido llamados por el Padre.
Rogadle por nosotros
ahora que gozáis de su gloria eternamente.
Amén al Padre eterno,
amén a su Hijo, Cristo,
amén al santo Espíritu amoroso, por los siglos.
Nazario Lucas Alonso