El convento de San Agustín de Córdoba era uno de los tres más importantes de la Provincia Agustiniana de Andalucía, junto con el de Sevilla y Cádiz. Tenía una media de 50 religiosos y a finales del siglo XVII llegó hasta el centenar. Como el resto de los conventos andaluces se fundó al ser reconquistada la ciudad por los reyes de Castilla. Con la conquista de la urbe por el rey Fernando III el Santo se fundaron varios conventos de órdenes mendicantes. El convento de San Agustín pasó por varias ubicaciones hasta la definitiva en la zona de la parroquia de Santa Marina en 1329.
La iglesia se inició en el siglo XV en estilo gótico tardío, de tres naves con ábside poligonal y bóvedas de nervios, aunque sufrió sucesivas transformaciones en estilo plateresco. Se añadieron abundantes pinturas de santos en el siglo XVI y XVII, que la hicieron un poco oscura. La iglesia contaba con varias capillas promovidas por diversas familias destacadas de la ciudad y eran sede de diversas cofradías. Sobresalía la capilla de Jesús Nazareno, bajo el patronazgo de los Fernández de Córdoba, que contenía tres retablos y estaba cerrada por una verja. La nave central se cubría con una bóveda de cañón, dividida en lunetos separados por arcos fajones y en cada tramo se escenifica el Credo. En el siglo XVII Fr. Pedro de Góngora y Angulo, tres veces prior, realizó una reforma general de la iglesia con una profusa decoración barroca y pinturas de la vida de San Agustín y los santos agustinos, así como otros temas de la devoción mariana y de los santos, cuyo programa iconográfico fue diseñado por el mismo Fr. Pedro de Góngora, siendo todo ello una exaltación de la orden agustiniana.
El convento tenía una torre con dos cuerpos y campanas construida en el siglo XVI y poseía un hermoso claustro pintado. Al llegar la invasión francesa el convento fue transformado en cuartel y la iglesia en cuadra. Las destrucciones fueron enormes, además del saqueo habitual que hicieron de todos los bienes muebles. Los daños fueron tan grandes que durante muchos años la iglesia quedó inservible, acrecentado todo ello por la desamortización y exclaustración de 1835. Habrá que esperar hasta el siglo XX para que se inicie las primeras reconstrucciones para recuperar la iglesia conventual, colaborando en ello los dominicos a quienes se entregó el templo. Con la guerra civil se incendió el edificio y quedó cerrado hasta final de siglo. Después de varias etapas y con la fuerte inversión de la Junta de Andalucía, pudo ser abierta al público en 2009. Gracias a ello la hermandad decana de Córdoba, Ntra. Sra. de las Angustias, pudo volver a la iglesia donde fue fundada en el siglo XVI, con la imagen de la “Virgen de las Angustias” de Juan de Mesa.
Al ser un convento grande tuvo noviciado y casa de estudios de Filosofía y Teología y también dictaba Matemáticas y Sagrada Escritura y poseía una magnífica biblioteca. Residieron en él varios maestros y lectores y en 1834 había tres maestros. Entre los religiosos profesos de este convento destacan Fr. Pedro de Madrid y Fr. Alonso del Valle, que morirán mártires en la rebelión de las Alpujarras del reino de Granada en 1568. Ellos residían en el convento de Huécija, en la provincia de Almería, y fueron martirizados junto a los trece agustinos del convento de esa localidad. Uno de los más insignes agustinos del convento fue Fr. Martín de Córdoba, que se trasladó a Salamanca, siendo elegido Vicario General de la Observancia en 1443. Fue un gran predicador y escritor de tratados de Ascética y Moral. Fue prior del convento de Valladolid, donde murió en 1470.
Una circunstancia trágica que sufrió la ciudad de Córdoba fueron las sucesivas pestes sufridas por la ciudad en el siglo XVII. La peste afectó con mayor virulencia a los barrios de las clases humildes, como fue el de Santa Marina, donde estaba asentado el convento agustino, por ello se recurrió a San Nicolás de Tolentino para pedir su protección. La curación de un niño enfermo gracias a los panecillos del santo fue calificada de milagrosa. En las siguientes oleadas pestíferas se acrecentó la devoción a S. Nicolás. El agustino que difundió esa devoción y expuso a las autoridades las curaciones fue el agustino Fr. Cristóbal de Busto. Esto aumentó la devoción popular y asistencia a la solemnidad que se celebraba en el convento cada 10 de septiembre.
Este convento tuvo imprenta propia y se dedicó a imprimir diversos textos, comenzando su actividad en 1698 y según los autores fue una de las primeras y mejores de Córdoba. El primer año se comenzó la impresión de las obras de Egidio Romano y apareció impreso el primer tomo el año 1699, y en los años siguientes se imprimieron los otros siete tomos. También se imprimieron los textos escolares del profesor agustino de Salamanca Pedro Manso, el teólogo más fecundo agustino del siglo XVIII. Asimismo se publicaron temas variados, cartas, sermones, oraciones y algunas biografías de santos. La imprenta se cerró en 1728, al terminar el tomo octavo de la obra de Pedro Lombardo ese mismo año. En total se imprimieron 35 obras en castellano y latín.
El convento de Córdoba, uno de los cuatro más importantes de la ciudad, poseía unas cincuentas fincas urbanas y un número importante de rústicas. Las tierras y casas estaban arrendadas, excepto una gran finca que era explotada por los frailes. En general, los mayores ingresos procedían de las tierras y eran el principal soporte económico. Con la desamortización esas grandes fincas fueron subastadas, alcanzando una de ellas más de 250.000 reales. También el cortijo de Haza de Valenzuela se remató por más de 360.000 reales. No hace falta decir que los compradores fueron los grandes propietarios de tierras de la zona. Respecto a las fincas urbanas se subastaron, siendo el total de todas las ventas más 1.300.000 reales. Una cifra reamente alta, en comparación con los otros conventos agustinos.
A pesar de los destrozos sufridos en la última época, afortunadamente la iglesia ha vuelto a estar abierta y está atendida por los PP. Dominicos.
Fr. Ricardo Paniagua