Bautismo del Señor

Escrito el 12/01/2025
Agustinos


Texto:  Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Crying in my beer. Audionautiz

En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:

«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».

Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»

El relato del bautismo del Señor Jesús en el Jordán nos remite inmediatamente a nuestro propio bautismo. Si nos fijamos bien en el relato que nos presenta hoy s. Lucas, la actitud del pueblo que escucha este relato es de “expectación”, aunque el verbo griego tiene un sentido preciso: no es una expectación de sorpresa e incertidumbre, no, es la expectación de quien “espera que algo suceda ya”. El pueblo estaba convencido de que algo iba a suceder, y por eso “se preguntan en su interior”, que es una traducción de “en su corazón”. El relato pone como punto la partida la certeza de que algo va a suceder, para después explicar cómo sucede. Así esta expectación está expectante en la dirección adecuada.

Y la respuesta de lo que va a suceder la da Juan Bautista. Él está bautizando con agua, pero otro vendrá después a bautizar de otro modo. El agua de Juan se utilizaba como un signo de cambio, de conversión, de librarse de las actitudes antiguas: te sumerges en el agua y allí se queda tu pasado. Y el agua limpia, pero no transforma. Se quita la suciedad exterior, el polvo y el sudor, pero no te transforma. Te devuelve a la situación de partida, pero casi sabiendo que antes o después volverás a estar manchado de tu sudor y del polvo del camino.

Por eso tiene que venir uno “más fuerte” y que bautice de otra forma: con Espíritu y con Fuego. La imagen del Espíritu como motor del cuerpo y de la inteligencia del hombre, de su alma, es una imagen que encontramos en el capítulo 36 del profeta Ezequiel, “pondré mi espíritu dentro de vosotros” y eso hace que caminemos según Dios quiere (36,27) y justo antes hablaba de “derramar” un agua que purifica de inmundicias (36,25).

Así que la imagen que nos presente Juan Bautista es la de una doble acción. En primer lugar hay un baño en el agua, que lo hace el hombre que quiere convertirse de su vida, que quiere cambiar. Pero después hay una segunda acción, un derramarse del Espíritu o también de la imagen del Fuego, porque, a diferencia del agua, el fuego sí que transforma, purifica desde dentro. Casi podríamos decir que el fuego “cuece” algo dentro del corazón del hombre.

Por eso la voz, desde lo alto, proclama que el hombre es “hijo amado” y lo demuestra con esa señal especial de una paloma descendiendo, pero es también “aquél en quien me complazco”. No sólo es una elección por parte de Dios, sino que hay una verdadera transformación. El hombre se convierte en “agradable a Dios”.

Eso es lo que esperaban. Y lo que sucede requiere de nuestra parte que nos fijemos detenidamente en los pasos que da Jesús. Porque lo primero es bautizarse “como uno más”, dar ese paso de decidir el cambio. Inmediatamente después encontramos a Jesús rezando, como si estuviera pidiéndole a Dios fuerzas o luces para recorrer ese nuevo camino. Y la respuesta a la oración es triple: se abren los cielos, desciende el Espíritu, se oye una voz. Dios responde a la oración de Jesús con tres experiencias de cercanía de Dios: el cielo se abre para el hombre y esta apertura del cielo tiene un sentido muy concreto: hacer descender el Espíritu sobre Jesús, y en forma corporal de paloma. Es una experiencia visible, concreta, palpable, mientras que la apertura de los cielos queda lejana. Pero no basta con la acción, es necesario explicarla ¿Qué ha pasado? Que el bautismo te ha configurado como hijo amado y también como agradable a Dios.

Jesús se bautizó, como todo el pueblo, porque Lucas quiere que nosotros hoy entendamos que nosotros también nos bautizamos como se bautizó Jesús. Y también para nosotros se abre el cielo, desciende el Espíritu que nos transforma para hacernos “agradables a Dios”

“El Hijo se manifiesta en el hombre; el Espíritu, en la paloma; el Padre, en la voz” (Serm. 300A, 5)