Texto: Javier Antolín, OSA
Música: Crying in my beer. Audionautiz
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Seguimos en el tiempo de la Navidad y acabamos de escuchar el mismo Evangelio proclamado el día de Navidad, el llamado prólogo del Evangelio de San Juan. Es un texto que no podemos menos de leer y releer para descubrir el asombro de lo que celebramos en estos días.
La Palabra que desde el principio estaba junto a Dios y participada de su misma gloria y condición, en un momento de la historia, tomó la condición humana y habitó entre nosotros: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”. Dios no solamente ha manifestado su gloria, sino que ha asumido la misma condición humana, en la fragilidad de un niño. Dios ha querido vivir nuestra misma vida, haciéndose semejante a nosotros. Por eso, podemos decir en verdad, que Dios sabe de nuestros sufrimientos y nuestras alegrías, conoce nuestra debilidad pues ha vivido nuestra misma vida.
La Palabra es la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, pero nos dice que el mundo no la conocía, vino a su casa y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron les da el poder de ser hijos de Dios. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. En la Navidad también se hace realidad el misterio de ser hijos de Dios, una gracia de Dios para todos los hombres. La Palabra, el Hijo de Dios se encarna y vive nuestra condición humana y a nosotros nos ha hecho participar de la familia de los hijos de Dios, es decir, de su condición divina. Ser hijos de Dios es parte de nuestra naturaleza, por pura gracia, por un don gratuito de Dios. Nuestra condición humana es algo también que se nos da, por medio de nuestros padres, pero la condición divina es algo que nos regala el mismo Dios, haciéndonos integrantes de su misma familia.
Vivamos y seamos en verdad hijos de Dios, que comparten con los hombres la misma naturaleza humana, pero al mismo tiempo, tenemos la suerte de reconocer y vivir como somos en verdad hijos de Dios. Que cada día haya más gente que reconozca lo que es pertenecer y vivir alegremente como miembros de la familia de Dios.