Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Crying in my beer. Audionautiz
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
«¿Entonces, qué debemos hacer?».
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?».
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros ¿qué debemos hacer?».
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.
Atravesando el ecuador del Adviento, acercándonos ya a la noche santa de Navidad, hoy se nos invita a vivir el domingo de la alegría cristiana.
Hablar de alegría, cuando tantas malas noticias se agolpan a nuestro alrededor, parece cosa de ilusos, o incluso de irresponsables. Pero el cristiano, sin duda, está llamado a vivir con alegría. Aunque, por supuesto, de un modo diferente a como nos la muestra el mundo. No es la alegría superficial, ni de la risa fácil, ni de la indolencia ante el sufrimiento del prójimo, ni del consumo desaforado. Es la alegría de quien espera la venida del Señor, que ya está cerca.
Estamos hablando de una alegría sanadora, que se fundamenta en la experiencia interior del creyente. La alegría de aquellas personas que, contra viento y marea, procuran poner vida allá donde parece que no puede brotar nada bueno. La alegría de quienes con su testimonio dan valor a lo gratuito. La alegría de las personas que salen al encuentro de quienes, abandonadas de todo y de todos, han perdido la esperanza. La alegría de aquellos que, desde la fe, ponen su vida en manos del alfarero, dejándose hacer por Dios. Y viven con alegría porque, en lo más profundo de su ser, han descubierto la encarnación del Salvador, y esa presencia misteriosa los mueve a vivir desde el Amor.
Desde esa alegría, podemos comprender lo que aparece en el diálogo que tiene Juan Bautista con las gentes que le preguntan: ¿qué debemos hacer?
La respuesta de Juan se puede resumir en tres ideas, que nacen del corazón habitado por Dios: generosidad, huida de toda ambición y renuncia a toda violencia. Dicho de otro modo: que el que tenga dos túnicas comparta una, que el recaudador no aproveche su situación para enriquecerse y que el soldado no abuse de la fuerza. Dice San Agustín que, si todos actuásemos así, la sociedad ya sería feliz.
Sabemos que las grandes tentaciones que nos persiguen son el tener, el poder y la fama. Y sucumbir a ellas nos lleva a actuar en la dirección contraria a la que propone el Bautista y, en definitiva, a esa alegría falsa, que no se comparte y que nos deja vacíos.
Anunciemos la esperanza, pero hagámoslo con esa alegría comprometida con la realidad del prójimo sufriente. Feliz y Santo Adviento, queridos hermanos. El Señor está cerca.