Texto: Jesús Baños, OSA
Música: K. Mc Leod. A very brady special
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de la gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo.
Aprended de esta parábola de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que él está cerca, a la puerta. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre».
Al final del año litúrgico la lectura del evangelio nos presenta uno de esos discursos de género apocalíptico en labios de Jesús. No son palabras para asustar a nadie; son palabras para invitarnos a leer bien e interpretar adecuadamente la historia.
La historia, la que todos vivimos y construimos, tendrá un momento de plenitud. No sabemos ni el día ni la hora, pero esa plenitud llegará y pondrá de manifiesto el querer de Dios sobre el tiempo y sobre el hombre. Ese querer de Dios es un querer definitivo y un querer de salvación. Eso sí, la experiencia del pasado y del presente lo demuestran, es también un querer que avanza entre las circunstancias de la historia que no está exenta de oscuridad y angustia.
Terminando el camino del año litúrgico resuenan en estas palabras “difíciles” de Jesús una llamada a la esperanza y a la confianza por encima de los momentos de zozobra. Una invitación a mirar a un futuro en el que brilla el triunfo de un Dios que ama a sus criaturas. Hay que estar preparados para ese triunfo que es nuestra plenitud; la victoria del bien. Como todo futuro, se construye sobre el pasado y el presente. En lo vivido y en el aquí y ahora.
Por eso es tan importante aprender de la parábola de la higuera. Descubrir los brotes y esperar la llegada del verano. Estar atentos a los signos de la presencia de Dios en nuestro mundo y en nuestra vida para esperar confiados la plenitud que Él nos trae. En la yema se percibe y disfruta de alguna manera el higo.