Texto: José María Martín, OSA
Música: Mc Leod, A very brady special
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
Libertad, disponibilidad, compromiso de vida y radicalidad son las condiciones para seguir a Jesús hoy y siempre. El evangelio de hoy dice que tenemos que “posponer” muchas cosas cuando se opta por Jesucristo. No nos predicó el odio a la familia, sino el desprendimiento. Jesús nos pide un compromiso radical con su misión, no le valen las medias tintas. Nos deja libertad de elección y nos advierte claramente de los riesgos y dificultades que entraña la aventura de seguirle. No es una decisión que pueda ser tomada a la ligera, en un momento de euforia. Hace falta seriedad, inteligencia, un programa serio y comprometido de vida, aceptación de la cruz. Para poder decidirse hace falta hacer una opción clara por Jesús de Nazaret y con las exigencias del Reino. “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser mi discípulo”. Si uno vive evitando problemas y conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser discípulo de Jesús.
El proyecto de Jesús de Nazaret es utópico, pero no imposible ni fantástico. Hay que construir el edificio (la torre), calculando los gastos y todos los pormenores para asentar sólidamente nuestra decisión. Jesús es muy claro: “El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Hay que posponerlo todo, los bienes materiales también. Hay que poner en práctica el desprendimiento para conseguir la “libertad de espíritu”.
Debemos recuperar la utopía en el seguimiento de Jesús. La utopía despierta las aspiraciones y deseos más profundos y desencadena una serie de compromisos concretos que llenan de ilusión el corazón de una persona. Todo nace del amor a Jesús y de la pasión por la construcción del Reino. Merece la pena seguir a Jesús. Él es la fuente de la vida auténtica y de la felicidad plena. Se trata, en definitiva, de una opción de vida.