Domingo XXI del Tiempo Ordinario

Escrito el 25/08/2024
Agustinos


Texto:  Miguel G. de la Lastra OSA
 

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús, dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»

Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen».

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».

Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Y sede entonces muchos de sus discípulos dejaron de seguirle. El evangelio de hoy nos sitúa ante una ruptura en la confianza del discípulo, que se siente incómodo ante el hablar de Jesús. Lo que puede resultar sorprendente es que este abandono suceda precisamente cuando el evangelio de Juan está presentando en profundidad la experiencia de la eucaristía, la posibilidad del hombre de entrar en perfecta comunión con Dios, de hacerse uno el hombre y  Dios. La experiencia de comer la carne del Hijo del Hombre no tiene ningún extraño significado místico para el cristiano que lee el evangelio, es la experiencia de la celebración de la eucaristía y de la comunión, el ritual más típico del cristianismo. 

Entonces ¿por qué los discípulos que antes creían se retiran? Es como si resultara más sencillo aceptar las enseñanzas sobre el amor a los enemigos o la invitación a cargar cada día con la Cruz. ¿Qué hay de escandaloso, donde está la resistencia a comer su carne y beber su sangre? Porque no puede ser la imagen macabra de devorar un cadáver con la que los romanos se mofaban de los cristianos. Los discípulos están acostumbrados a la celebración de la eucaristía, leen este evangelio y saben que se refiere al pan transformado por la acción del Espíritu Santo.

Aunque sí que nace una pregunta de cómo podrá darnos a comer su carne San Agustin la plantea desde la pobreza del hombre “¿Qué hombre podrá tener acceso a ese alimento? ¿Dónde habrá un corazón tan preparado para recibir ese manjar?” (Comentario al salmo 33)

Este pan de los ángeles, este alimento que otorga la vida de Dos, la vida eterna parece un alimento muy por encima de las capacidades humanas. Y la forma de que el hombre pueda recibirlo es a través del misterio de la encarnación. La Palabra sublime de Dios se hace carne en Jesús y su Palabra de vida eterna se hace carne en nuestro pan. Lo sublime en algo tan cotidiano.

El hombre está buscando la vida eterna en lo sublime y lo encuentra en lo cotidiano. Trata de escapar de la fragilidad de su carne humana, de sus defectos, de sus limitaciones y precisamente ahí, abrazando la debilidad de la humanidad es como Dios se hace presente.

Esos discípulos que se marcharon quizás se habrían quedado si las palabras de vida eterna estuvieran en algo digno de mérito, algo así como un conocimientos arcano, o una manifestación de poder. Cualquier cosa que les distinguiera como elegidos de Dios, que les arrancara del grupo de los hombres del montón. 

Pero las palabra de vida eterna están en un trozo de pan y un poco de vino. En las palabras que recita un pobre hombre extendiendo sus manos y pidiendo al Espíritu Santo que transforme este pan y vino en el cuerpo y la sangre de Jesús. Algo tan banal que es accesible a todos, y al mismo tiempo nos obliga a aceptar con humildad que Dios quiere transformarnos a través de un gesto tan pequeño como el de abrir la boca para que nos alimenten, como un niño. 

Era necesario, sí, que ese banquete se transformase en leche, para poderlo ofrecer a los pequeños. ¿Cómo convertir el alimento en leche, si no es filtrándolo por la carne corporal? En efecto, es esto lo que hace la madre. Lo que come la madre, eso come su niño. Pero como el niño no está preparado para comer pan, el mismo pan la madre lo incorpora a sí, y por la humildad del pecho materno y el néctar de la leche, la madre alimenta a su niño con el pan. (Comentario al Salmo 33)

Se hace como nuestro pan porque no podemos comer más. Y quien es capaz de se humilde y aceptarlo renuncia a su soberbia y se queda a la mesa, no huye. Renuncia a marcharse, como Pedro, con Pedro. Porque solo tú, Señor, tienes palabras de vida eterna