Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
En verdad os dijo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.
Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Que los seres humanos nos hacemos daño unos a otros es una evidencia. Nuestra condición frágil, limitada, hace que continuamente “pequemos” contra el hermano, dejando heridas en las personas que nos rodean. Sucede, por otra parte, que no siempre somos conscientes de ese daño que nos infligimos, de tal manera que alguien tiene que abrirnos los ojos para que tomemos conciencia de nuestro error.
Jesús conoce bien de qué barros estamos hechos, considera que el pecado es fundamentalmente la capacidad que tenemos las personas de dañarnos mutuamente y nos muestra el camino para superar estas situaciones y que no se perpetúen. Por ello propone el camino de la corrección fraterna, que es el modo de hacer descubrir a la persona la herida que ha generado, para que tomando conciencia de ello pueda rectificar y aprenda a proceder de otro modo en lo sucesivo.
Llama la atención la discreción con que Jesús propone comenzar el proceso: repréndelo estando los dos a solas. Busca, de este modo, evitar el escarnio público. En cambio, lo más frecuente en nuestro modo de actuar en estas situaciones es justamente lo contrario. ¿Cuántas veces, ante la falta del prójimo, nos lanzamos al cuchicheo? En lugar de ir a la persona para abrirle los ojos, vamos a los demás para airear a los cuatro vientos su falta, magnificándola. ¿Qué pretendemos, con ello? ¿Castigar a la persona por su falta? ¿O disfrutar con ella, sintiéndonos satisfechos de haberla pillado a alguien en el error?
Muy al contrario, la propuesta de Jesús siempre va encaminada al bien de la persona, que desde una mirada evangélica nunca debe ser juzgada. La persona no es mala, son malas sus acciones, por lo que nunca hay que ir contra el ser humano, sino contra los comportamientos negativos.
El camino de la corrección fraterna, partiendo de estos principios, señala la necesidad de una gradualidad: si la persona no acepta la corrección discreta, a solas, habrá que pedir la ayuda de otra o de dos, y solamente si tampoco acepta la corrección de dos o tres, habrá que recurrir a la comunidad. Esto muestra cómo lo fundamental es salvar a la persona de su mal proceder, no someterla a la crítica despiadada que puede resultar tan divertida como poco edificante.
San Agustín, apoyándose en las recomendaciones evangélicas, plasmó esto en la regla de vida que dio a los suyos y que hoy es la Regla que hoy seguimos tanto los agustinos como otras congregaciones religiosas. Ojalá sea nuestro modo de proceder ante la falta del hermano, sintiendo que cuando así obramos, estamos haciendo la voluntad del Padre.