Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)
En aquel tiempo, los discípulos estaban subiendo por el camino hacia Jerusalén y Jesús iba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que lo seguían tenían miedo. Él tomó aparte otra vez a los Doce y empezó a decirles lo que le iba a suceder:
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará».
Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
«Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir».
Les preguntó:
«¿Qué queréis que haga por vosotros?».
Contestaron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?».
Contestaron:
«Podemos».
Jesús les dijo:
«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, llamándolos, les dijo:
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».
Jesús precede a los discípulos en el camino a Jerusalén. Los discípulos tenían ya muy claro que Jesús era el Mesías y que subían a Jerusalén para establecer por fin el reinado de Dios sobre la tierra. Podríamos esperar que entre ellos reinara la alegría de ver cercana la victoria sobre los romanos. Y sin embargo el grupo caminaba desconcertado y lleno de miedo.
Podríamos esperar en esta situación que Jesús llenara los corazones de sus seguidores de confianza con una imagen esperanzadora. Todo lo contrario: frente al miedo del grupo Jesús describe con cruel realismo una expectativa de fracaso frente a sacerdotes y escribas. Como si Jesús estuviera reforzando todos los temores de los discípulos- Por eso al pedirle un lugar junto a él en la gloria, los hermanos Zebedeo están buscando conjurar el miedo que les da fracasar.
¿Sois capaces de beber mi cáliz? La respuesta es enigmática, sobre todo porque la respuesta afirmativa está incluida en la misma pregunta. ¡Cómo no vamos a beber el cáliz del rey! Es una pregunta que al responderse nos atrapa en el camino que Jesús quiere que sigamos. Porque subir hacia el fracaso sólo puede hacerse si se sube con alguien con quien merece la pena estar sentado en el momento de triunfo y también en el momento de gloria.
No creo que nosotros estemos hoy exentos de esta doble mirada al camino hacia Jerusalén. La fragilidad del ser humano le empuja a sentarse junto a Dios para verse libre de sus dificultades. Aunque al final, querer que la riqueza me libre de la pobreza, que la gloria me libre de la insignificancia sigue dándole a la riqueza, al poder o a la autonomía un gran poder. No puedo vivir libre en la vida si no tengo riqueza, no podemos ser un pueblo libre si no expulsamos a los romanos.
Pero este no es el camino de la libertad del hombre, no es el camino de la gloria de Jesús. El auténtico ser humano es el que puede mantener su confianza en Dios incluso insultado y entregado a los gentiles para ser crucificado. Y Jesús no ha venido a la tierra a cambiar el gobierno romano por otro gobierno, no ha venido a saciar nuestras ambiciones, que al final siguen siendo ambiciones.
Jesús ha venido a liberar al hombre de su propia esclavitud, la esclavitud del ego que busca siempre el dominio sobre los otros, la opresión y la tiranía para evitar experimentar el miedo de ser insignificante, el terror de que otros decidan sobre mi destino. Así que Jesús les propone otro camino, uno que no se puede seguir con el ego subido y en el que se asciende descendiendo: “los hombres rehúsan el cáliz de la pasión, el cáliz de la humillación; rehúsan beberlo. Si buscan las alturas, amen la hondura, pues desde lo bajo se llega a lo alto. Nadie construye un edificio elevado si no ha puesto cimientos profundos. (Sermón 20A, 7)
Y para conseguir que los discípulos acepten el camino de la humillación, para conseguir que el hombre beba el cáliz que no quiere beber, usa precisamente el mismo ego de los discípulos. El ansia de ser el primero, de alcanzar la gloria. Así que si nos hemos sentido tentados de mirar con desconfianza nuestras ambiciones y nuestros sueños de grandeza, tendríamos que decir que en el evangelio de hoy se convierten en el motor que arrastra a los hijos de Zebedeo, y visto el enfado de los otros diez, el mismo impulso y la misma ambición que tienen todos los apóstoles. Quieren compartir la gloria de Jesús, y pasarán por donde haya que pasar.
Quizás en la tradición budista el objetivo sea anular las ambiciones, pero el cristianismo anima a que busquemos la mayor de las grandezas, para que esa ansia nos lleve a sentarnos siempre junto a Jesús, en gloria o en humillación. De aquí nace el amor a la humildad, ese amor a Cristo que me impulsa a estar donde esté vivir como vivió, ser como fue.
Junto a él en el cáliz, en el bautismo de la humillación es el camino para compartir la gloria.