Texto: José María Martín, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a salvar el mundo. En el diálogo con Nicodemo le dice que “hay que nacer de nuevo”. Nicodemo se extraña de esta afirmación y no entiende qué es eso de nacer de nuevo. Jesús le explica que hay que “nacer del agua y del Espíritu”. Hay aquí una alusión clara al Bautismo. El que cree en Él tiene vida eterna. Dios ama con un amor tan grande las cosas que ha hecho y al hombre en particular, que cuando ve cómo la corrupción y la tiniebla del pecado ha entrado en ellos, quiere salvarnos. Y lo hace enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz por todos los hombres.
En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar vida al hombre y salvarlo. Como ha subrayado el Papa poner la mirada en el costado traspasado de Cristo ayuda a comprender hasta qué punto Dios nos ama: “es allí en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esta mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar”.
Hay algo muy importante que nos enseña la Palabra de Dios hoy. Cristo no vino a condenar. Tampoco a “separar” los dos “mundos”. Viviremos rodeados del mal, como el trigo y la cizaña. Pero Cristo vino a salvar. Creer en Él es empezar a vivir. Rechazar libremente la luz es rechazar la salvación, es escoger las tinieblas a la luz, juzgarse a sí mismo y firmar la propia condena.
El evangelista Juan insiste en que no es necesaria una sentencia condenatoria de Dios. Tampoco la niega e incluso habla de ella en alguna ocasión. Pero es el mismo hombre quien por su obstinación en rechazar la Verdad y cerrarse a la salvación está ya juzgado. En este caso prefiere las tinieblas a la luz. No obstante, siempre nos quedará la oportunidad de mirar y admirar el amor manifestado por Jesucristo en la Cruz. De Él nos viene la salvación y la luz