Domingo VI Tiempo Ordinario

Escrito el 11/02/2024
Agustinos


Texto: Jesús Baños, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
«Si quieres, puedes limpiarme».

Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo:
«Quiero: queda limpio».

La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:
«No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».

Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.

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Hay dos “cosas” en este evangelio que hacen posible la curación del leproso con todo lo que eso supone de señal del Reino de Dios: la salud de la persona, el reintegrarse a la comunidad… El Reino se hace presente en la acción de Jesús. Un reino que no tiene que confundirse con poder y restauración política y que por eso debe quedar oculto, secreto… Aunque es difícil mantener en secreto la transformación que supone el encuentro sanador con Jesús…

Pero ¿cuáles son esas dos cosas que han hecho posible la curación? Son la fe del leproso y la compasión de Jesús. El leproso suplica, no porque está desesperado, sino porque cree, confía en que Jesús que le escucha puede sanarle. Es un creer que va más allá de cálculos, especulaciones… Es un creer de confianza, de abandono.

La compasión de Jesús, por su parte, es un auténtico “padecer con” … Una verdadera identificación con el sufrimiento del leproso… Un sentimiento que toca lo más hondo de Jesús y no le deja permanecer inactivo, mucho menos indiferente.

Me parece que hay dos invitaciones aquí para nosotros que escuchamos el Evangelio. La compasión de Jesús está garantizada porque es parte importante de su identidad. La primera invitación es a la fe auténtica…; a la fe de la confianza plena y el abandono. Y la segunda invitación es a ser también nosotros compasivos ante el sufrimiento de los demás como expresión de nuestra identidad de seguidores de Jesús; de ciudadanos y constructores del Reino.