Domingo IV de Adviento

Escrito el 24/12/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.


Se nos hace un poquito corto este adviento. Este cuarto domingo nos abre a una semana tan corta que esta misma noche comienza ya la Navidad. Así que para esta última semana te propongo algo fácil: pronunciar sólo una palabra, o más bien, aprender a poner un nombre.

El ángel Gabriel se ha presentado a María con grandes nombres para el Hijo que nace…. “Será Grande”, “Hijo del Altísimo”, “Hijo de David” “Rey”... muchos nombres como muchas son las expectativas que ponemos en la Navidad. A nuestro alrededor se nos habla de “felicidad”, “familia”, “armonía”, “Paz”, “bondad”, “ternura”. Todo eso lo esperamos de la Navidad. Paz en la tierra había ido ocupando el primer puesto, pero en los últimos años se está imponiendo la palabra “magia”, como si lo que fuera a suceder estos días perteneciera a una esfera de la realidad que no fuera la esfera humana. Y poco a poco la Navidad puede contagiarnos de una forma de esperar que nos invita a huir de nuestra vida cotidiana, a vivir en medio de ensoñaciones, de fantasías. Disfrazar lo que somos, decorar de brillo y papel de plata la vida para escapar del peso que supone acoger lo que realmente somos. ¿Realmente es esa nuestra esperanza? ¿Maquillaje y fantasía? ¿Qué nombre queremos ponerle a la Navidad, a nuestra esperanza? Porque ese nombre nos dice también qué es lo que significa para nosotros, qué es lo que cambia en nosotros en Navidad.

El ángel enseña a María a ponerle nombre al niño que nace. Llámalo “Jesús”, llámalo “Salvador”, atrévete a reconocerte necesitada para poder mirar a ese niño y decirte “estoy salvado”. Y quizás me digas ¿salvado de qué? En el fondo tampoco considero que se me tenga que salvar de nada. Bastante hago ya para salvarme a mí mismo, con luchar cada día para que mis defectos no me limiten demasiado, para que mis errores no tengan grandes consecuencias, para poder terminar el día con un poquito menos de quejas y algo más de agradecimiento. ¿Salvarme? Ya me he acostumbrado a vivir así.

¿Quién va a salvarme? Pues un nuevo Rey, unas nuevas reglas que dicten si la jornada ha sido grandiosa o una pérdida de tiempo. Un Rey que por fin me libre de estar todo el día sirviendo a las expectativas de mi sociedad o de mis ambiciones. Un Rey al que servir sabiendo que todo, cada momento de mi jornada, en sus manos está bien, está muy bien.

Para poder adorar al niño esta noche, aprende a llamarlo Salvador. No te acerques a adorar la ternura, y no te arrodilles ante la magia. No disfraces la frustración de la vida, llévala sin vergüenza al pesebre y dile “reina sobre mi fracaso, reina sobre mi pecado”. Mírale y llámale Salvador, como hizo José; llámalo Jesús, porque de sus pecados salva a su pueblo.

Cuando bendigas esta noche la mesa no pongas tu mirada en una paz o una felicidad imaginada. Reconoce en tu mesa el pesebre donde Jesús se posa. Ponle nombre de “amor de Dios” al silencio en las conversaciones, al perdón, a la ternura, a ser familia. Cena en nombre de Jesús, ponle nombre a lo que nace en Navidad. No te equivoques al ponerle nombre a la Esperanza.

Es palabra humana y digna de todo crédito que Cristo Jesús vino al mundo. ¿A qué vino al mundo? A salvar a los pecadores33. No hubo otro motivo para su venida al mundo. No fueron nuestros méritos positivos, sino nuestros pecados los que le trajeron del cielo a la tierra. Esta es la causa de su venida: salvar a los pecadores. Y le pondrás —dice— por nombre Jesús. ¿Por qué le pondrás por nombre Jesús? Porque él salvará a su pueblo de sus pecados (serm 174,8)