Texto: Jesús Baños, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».
Comenzamos el Adviento y esperamos al Señor. El ritmo de la liturgia nos invita cada año, en esta ocasión en el ciclo B, a vivir este tiempo como tiempo fuerte. “Fuerte” poque vivirlo en profundidad fortalece nuestra fe, esperanza y caridad.
Son bastantes actitudes las que podemos nombrar como propias del Adviento. El evangelio de este primer domingo nos invita a la vigilancia. A “estar atentos”. A no dormirnos. ¡A velar! Porque estamos a la espera de algo importante: nada más y nada menos que el misterio de la Encarnación; de Dios que se hace hombre, uno de nosotros. Con todo lo que eso implica. Y si no estamos vigilantes, atentos, despiertos y con la vela encendida, lo que esperamos ocurrirá, pero nosotros no nos enteraremos. Y nos perderemos el regalo de este gran don de Dios. Bueno, siempre podremos recuperarlo… porque Dios es fiel. Pero ahora estamos a tiempo: el evangelio nos está avisando.
Y nos avisa porque si nunca es fácil mantenerse en vela, atento y despierto, todavía lo es menos en este tiempo, nuestro tiempo, tan abundante en “adormideras” que embotan nuestras mejores capacidades: la trascendencia, la honestidad, la libertad, la capacidad de amar verdaderamente…
Comencemos este Adviento dejándonos pellizcar por la energía del evangelio… Es el pellizco que no nos deja dormirnos. Algo muy grande está a la puerta.