Texto: Jesús Baños, OSA
Música: Autum prelude
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra».
El Reino es la pasión de Jesús. Toda su palabra y acción se orientan a él, porque en ese Reino de Dios se hace actual la voluntad salvadora del Padre para el hombre de todos los tiempos. Pero no le fue fácil explicarlo… Bueno, explicarlo quizás sí – como lo escuchamos hoy en el evangelio -, pero que se le entendiera y se entendiera bien, no tanto. Y esto ni en su tiempo ni en el nuestro.
Las magistrales parábolas y comparaciones que hace Jesús cuando habla del Reino son las que más nos ayudan a entender de qué se trata. La del tesoro escondido y la perla de gran valor, éstas del evangelio de hoy, muestran con claridad para quien lo quiera entender – que en temas evangélicos es vivir – que el Reino es una realidad que copa el ser entero del hombre, que compromete toda su existencia; una realidad en la que no caben “medias tintas”. Tiene que ver con una vida de plenitud que lo exige todo. El crucifijo es una verdad elocuente de las exigencias del Reino. Todo es nada en comparación con ese campo y esa perla.